En una visita a la parroquia, el telegrafista hizo su planteo al cura que
había casado a la pareja, y revisando las utilerías arrumbadas en la
bodega del último vía crucis escenificado en San Antonio por Aníbal
Reina padre, popularmente conocido como el «rasca Reina», apodo que
heredó su talentoso y socialista hijo, encontraron un par de alas trenzadas con plumas de gansos, patos, gallinas y otros volátiles, que
accionadas por un piolín batían angelicalmente. Con paciencia de
orfebre, el cura montó un pequeño andamio sobre el lomo del funcionario
de correos, le puso su visera de plástico verde, semejante a la de los
gángsters en los garitos, y con limpiador Brasso le sacó brillo a la cadena de oro del reloj que le atravesaba la panza.
Al mediodía, el telegrafista avanzó desde el mar hasta la hostería
dejando estupefactos a los bañistas que vieron atravesar sobre la inflamada arena el ángel más gordo y viejo de toda la historia hagiográfica.
Mario, Beatriz y Rosa, ocupados en cuentas tendientes a confeccionar un
menú