ARDIENTE PACIENCIA - ANTONIO SKARMETA | Page 48

Antonio Skármeta un recio lagrimón evocando a su difunta esposa que «desde el cielo mira este día de dicha de Marito» y trajo a la pista de baile a doña Rosa, la cual se abstuvo de frases históricas mientras giraba en los brazos de ese hombre «pobre, pero honrado». Los esfuerzos del cartero tendientes a conseguir que Neruda danzara una vez más Wait a minute, Mr. Postman por los Beatles, fracasaron. El poeta ya se sentía en misión oficial y no incurrió en deslices que pudieran alentar a la prensa de la oposición, que, a tres meses de gobierno de Allende, ya hablaban de un estrepitoso fracaso. El telegrafista no sólo declaró la semana entrante feriado para su súbdito Mario Jiménez, sino que además lo liberó de asistir a las reuniones políticas donde se organizaba a las bases para movilizar las iniciativas del gobierno popular. «No se puede tener al mismo tiempo el pájaro en la jaula y la cabeza en la patria», proclamó con inhabitual riqueza metafórica. Las escenas vividas en el rústico lecho de Beatriz durante los meses siguientes hicieron sentir a Mario que todo lo gozado hasta entonces era una pálida sinopsis del film, que ahora se ofrecía en la pantalla oficial en Cinerama y technicolor. La piel de la muchacha nunca se agotaba y cada tramo, cada poro, cada pliegue, cada vello, incluso cada rulo de su pubis, le parecía un nuevo sabor. Al cuarto mes de estas deliciosas prácticas, Rosa viuda de González irrumpió una mañana en la habitación del matrimonio, tras haber aguardado con discreción el último gorjeo del orgasmo de su niña, y, sacudiendo las sábanas sin preámbulos, tiró al suelo los eróticos cuerpos que la cubrían. Dijo sólo una frase, que Mario oyó con terror tapándose lo que le colgaba entre las piernas. -Cuando consentí que se casara con mi hija, supuse que ingresaba en la familia un yerno y no un cafiche. El joven Jiménez la vio abandonar la pieza con un portazo memorable. Al buscar una mirada solidaria de Beatriz que apoyara su expresión ofendida, no encontró otra respuesta que un mohín severo de ella. -Mi mamá tiene razón -dijo, con un tono que por primera vez le hizo sentir al muchacho que en sus venas corría la misma sangre de la viuda. -¡Qué quieres que haga! -gritó con volumen suficiente, como para que toda la caleta se enterara-. Si el poeta está en París, no tengo a quién chucha repartirle cartas. -Búscate un trabajo -le ladró su tierna novia. -Yo no me casé para que me dijeran las mismas huevadas que me decía mi papá. Por segunda vez la puerta fue amenizada con un golpe, que desprendió de la pared la carátula del disco de los Beatles obsequiada por el poeta. Pedaleó furioso su bicicleta hasta San Antonio, consumió una comedia 48