Antonio Skármeta
insidia con que Yago trajinaba los lóbulos de Otelo:
-Un par de horas, y después la pondrán en libertad incondicional.
Alegará que procedió en defensa propia. Dirá en su descargo que atacaste la virginidad de su pupila con arma blanca: una metáfora cantarina corno un puñal, incisiva como un canino, desgarradora como un
himen. La poesía con su saliva bulliciosa habrá dejado su huella en los
pezones de la novia. Por mucho menos que eso, a François Villon lo colgaron de un árbol y la sangre le brotaba como rosas del cuello.
Mario sintió sus ojos húmedos, y la voz le salió también mojada:
-No me importa que esa mujer me rasgue con una navaja cada uno de
mis huesos.
-Lástima no tener un trío de guitarristas para que te hagan
«tu-ru-ru-ru».
-Lo que me duele es no poder verla a ella -prosiguió absorto el cartero-.
Sus labios de cereza y sus ojos lentos y enlutados, como si se los hubieran hecho la misma noche. ¡No poder oler esa tibieza que emana!
-A juzgar por lo que cuenta la vieja, más que tibia, flamígera.
-¿Por qué su madre me ahuyenta? Si yo quiero casarme con ella.
-Según doña Rosa, aparte de la mugre de tus uñas, no tienes otros
ahorros.
-Pero estoy joven y sano. Tengo dos pulmones con más fuelle que un
acordeón.
-Pero sólo los usas para suspirar por Beatriz González. Ya te sale un
sonido asmático como de sirena de un barco fantasma.
-¡Ja! Con estos pulmones podría soplar las velas de una fragata hasta
Australia.
-Hijo, si sigues padeciendo por la señorita González, de aquí a un mes
no tendrás fuelle ni para apagar las velitas de tu torta de cumpleaños.
-Bueno, ¿entonces qué hago? -estalló Mario.
-¡Antes que nada no me grites, porque no soy sordo!
-Perdón, don Pablo.
Tomándole del brazo, Neruda le ilustró el camino.
-Segundo, te vas a tu casa a dormir una siesta. Tienes unas ojeras más
hondas que plato de sopa.
-Hace una semana que no pego los ojos. Los pescadores me dicen «el
búho».
Y dentro de otra semana te van a poner en ese chaleco de madera llamado cariñosamente ataúd. Mario Jiménez, esta conversación es más
larga que tren de carga. Hasta luego.
Habían alcanzado el portón y lo abrió con gesto rotundo. Pero hasta la
barbilla de Mario se puso pétrea cuando fue empujado levemente hacia
el camino.
-Poeta y compañero dijo decidido-. Usted me metió en este lío, y usted
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