ARDIENTE PACIENCIA - ANTONIO SKARMETA | Page 41

El cartero de Neruda tienes enredaderas y estrellas en el pelo. Desnuda eres enorme y amarilla como el verano en una iglesia de oro. Estrujando el texto con repulsa, lo sepultó de vuelta en el delantal, y concluyó: -¡Es decir, señor Neruda, que el cartero ha visto a mi hija en pelotas! El poeta lamentó en ese momento haber suscrito la doctrina materialista de la interpretación del universo, pues tuvo urgencia de pedir misericordia al Señor. Encogido, arriesgó una glosa sin la prestancia de esos abogados, que, como Charles Laughton, convencían hasta al muerto que aún no era cadáver: -Yo diría, señora Rosa, que del poema no se concluye necesariamente el hecho. La viuda escrutó al poeta con un desprecio infinito: -Diecisiete años que la conozco, más nueve meses que la llevé en este vientre. El poema no miente, don Pablo: exactamente así, corno dice el poema, es mi niñita cuando está desnuda. «Dios mío», rogó el poeta, sin que le salieran las palabras. -Yo le imploro a usted -expuso la mujer-, en quien se inspira y confía, que le ordene a ese tal Mario Jiménez, cartero y plagiario, que se abstenga desde hoy y para toda la vida de ver a mi hija. Y dígale que si así no lo hiciese, yo misma, personalmente, me encargaré de arrancarle los ojos como al otro carterito ese, el fresco de Miguel Strogoff. Pese a que la viuda se había retirado, de alguna manera seis partículas quedaron vibrátiles en el aire. El vate dijo «hasta luego», se puso el jockey, y manoteó la cortina tras la cual se ocultaba el cartero. -Mario Jiménez -dijo sin rnirarlo-, estás pálido como un saco de harina. El muchacho lo siguió hasta la terraza, donde el poeta trató de aspirar hondo el viento del mar. -Don Pablo, si por fuera estoy pálido por dentro estoy lívido. -No son los adjetivos los que van a salvarte de los hierros candentes de la viuda González. Ya te veo repartiendo cartas con un bastón blanco, un perro negro, y con las cuencas de tus ojos tan vacías como alcancía de mendigo. -¡Si no la puedo ver a ella, para qué quiero mis ojos! -¡Maestro, por muy desesperado que esté, en esta casa le permito que intente poemas pero no que me cante boleros! Esta señora González tal vez no cumpla su amenaza, pero si la lleva a cabo, podrás repetir con toda propiedad el cliché de que tu vida es oscura como la boca de un lobo. -Si me hace algo, irá a la cárcel. El vate practicó un semic