Antonio Skármeta
girando sobre sus talones, desprendió elegantemente su jockey ofreciéndole con un brazo a la señora el más muelle de sus sillones. La viuda, en
cambio, rechazó la invitación y abrió ambas piernas. Dilatando su oprimido diafragma, puso de lado los rodeos:
-Lo que tengo que decirle es muy grave para hablar sentada.
-¿De qué se trata, señora?
-Desde hace algunos meses merodea mi hostería ese tal Mario
Jiménez. Este señor se ha insolentado con mi hija de apenas dieciséis
años.
-¿Qué le ha dicho?
La viuda escupió entre los dientes:
-Metáforas.
El poeta tragó saliva.
-¿Y?
-¡Que con las metáforas; pues don Pablo, tiene a mi hija más caliente
que una termita!
-Es invierno, doña Rosa.
-Mi pobre Beatriz se está consumiendo entera por ese cartero. Un hombre cuyo único capital son los hongos entre los dedos de sus pies trajinados. Pero si sus pies bullen de microbios, su boca tiene la frescura de
una lechuga y es enredosa como un alea. Y lo más grave, don Pablo, es
que las metáforas para seducir a mi niñita las ha copiado descaradamente de sus libros.
-¡No!
-¡Sí! Comenzó inocentemente hablando de una sonrisa que era una
mariposa. ¡Pero después ya le dijo que su pecho era un fuego de dos llamas!
-¿Y la imagen empleada, usted cree que fue visual o táctil? -inquirió el
vate.
-Táctil -repuso la viuda-. Ahora le prohibí salir de la casa hasta que el
señor Jiménez escampe. Usted encontrará cruel que la aísle de esta manera, pero fíjese que le pillé chanchito este poema en medio del sostén.
-¿Chamuscado en medio del sostén?
La mujer desentrañó una indudable hoja de papel matemáticas marca
Torre de su propio regazo, y la anunció cual acta judicial, subrayando el
vocablo desnuda con sagacidad detectivesca:
Desnuda eres tan simple como una de tus manos,
lisa, terrestre, mínima, redonda, transparente,
tienes líneas de luna, caminos de manzana,
desnuda eres delgada como el trigo desnudo.
Desnuda eres azul como la noche en Cuba,
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