ARDIENTE PACIENCIA - ANTONIO SKARMETA | Page 39

El cartero de Neruda algún resto de la voz de la mujer que se hubiera quedado dentro. -¿Qué dijo? -suplicó Mario. -«Voy.» Neruda se sobó las manos, y cerrando resignado el cuaderno que se proponía llenar con verdes metáforas en su primer día de isla Negra, tuvo la magnificencia de darle al muchacho el ánimo que él mismo necesitaba: -Por lo menos aquí jugamos de local, muchacho. Fue hasta el tocadiscos, y, alzando un dedo súbitamente dichoso, proclamó: -Te traje de Santiago un regalo muy especial. «El himno oficial de los carteros.» Junto a estas palabras, la música de Mister Postman a cargo de los Beatles se expandió por la sala desestabilizando los mascarones de proa, volteando los veleros dentro de las botellas, haciendo chirriar los dientes de las máscaras africanas, despetrificando los adoquines, estriando la madera, amotinando las filigranas de las sillas artesanales, resucitando los amigos muertos inscritos en las vigas bajo el techo, haciendo humear las pipas largamente apagadas, guitarrear las panzudas cerámicas de Quinchamali, desprender perfumes a las cocottes de la belle épogue que empapelaban los muros, galopar al caballo azul, y pitear la larga y vetusta locomotora arrancada de un poema de Whitman. Y cuando el poeta le puso la carátula del disco en sus brazos, como entregándole la custodia de un recién nacido, y principió a ba