El cartero de Neruda
algún resto de la voz de la mujer que se hubiera quedado dentro.
-¿Qué dijo? -suplicó Mario.
-«Voy.»
Neruda se sobó las manos, y cerrando resignado el cuaderno que se
proponía llenar con verdes metáforas en su primer día de isla Negra, tuvo
la magnificencia de darle al muchacho el ánimo que él mismo necesitaba:
-Por lo menos aquí jugamos de local, muchacho. Fue hasta el tocadiscos, y, alzando un dedo súbitamente dichoso, proclamó:
-Te traje de Santiago un regalo muy especial. «El himno oficial de los
carteros.»
Junto a estas palabras, la música de Mister Postman a cargo de los
Beatles se expandió por la sala desestabilizando los mascarones de proa,
volteando los veleros dentro de las botellas, haciendo chirriar los dientes
de las máscaras africanas, despetrificando los adoquines, estriando la
madera, amotinando las filigranas de las sillas artesanales, resucitando
los amigos muertos inscritos en las vigas bajo el techo, haciendo humear
las pipas largamente apagadas, guitarrear las panzudas cerámicas de
Quinchamali, desprender perfumes a las cocottes de la belle épogue que
empapelaban los muros, galopar al caballo azul, y pitear la larga y vetusta locomotora arrancada de un poema de Whitman.
Y cuando el poeta le puso la carátula del disco en sus brazos, como
entregándole la custodia de un recién nacido, y principió a ba