Antonio Skármeta
del anular de su mano, preguntó con la voz de un pajarito:
-¿El anillo?
La mujer había jurado no llorar más en su vida después de la muerte
de su legítimo marido y padre de Beatriz, hasta que hubiera otro difunto tan querido en la familia. Mas esta vez, por lo menos una lágrima
pugnó por saltarle de sus córneas.
-Sí, mijita. El anillo. Haga su maletita tranquilita, no más.
La muchacha mordió la almohada, y después, mostrando que esos
dientes, aparte de seducir, podían deshilachar tanto telas como carnes,
vociferó:
-¡Esto es ridículo! ¡Porque un hombre me dijo que la sonrisa me aleteaba en la cara como una mariposa, tengo que irme a Santiago!
-¡No sea pajarona! -reventó también la madre-. ¡Ahora tu sonrisa es
una mariposa, pero mañana tus tetas van a ser dos palomas que quieren
ser arrulladas, tus pezones van a ser dos jugosas frambuesas, tu lengua
va a ser la tibia alfombra de los dioses, tu culo va a ser el velamen de un
navío, y la cosa que ahora te humea entre las piernas va a ser el horno
azabache donde se forja el erguido metal de la raza! ¡Buenas noches!
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