El cartero de Neruda
La mujer se pasó el pulgar por la nariz igual que los boxeadores profesionales.
-«Un par de metáforas.» ¿Te has visto como estás?
Agarró a la chica de la oreja y la trajo hacia arriba, hasta que sus
narices quedaron muy juntas.
-¡Mamá!
-Estás húmeda como una planta. Tienes una calentura, hija, que sólo
se cura con dos medicinas. Las cachas o los viajes. -Soltó el lóbulo de la
muchacha, extrajo la valija desde abajo del catre y la derramó sobre la
colcha-. ¡Vaya haciendo su maleta!
-¡No pienso! ¡Me quedo!
-Mijita, los ríos arrastran piedras y las palabras embarazos. ¡La maletita!
-Yo sé cuidarme.
-¡Qué va a saber cuidarse usted! Así como la estoy viendo acabaría con
el roce de una uña. Y acuérdese que yo leía a Neruda mucho antes que
usted. No sabré yo que cuando los hombres se calientan, hasta el hígado se les pone poético.
-Neruda es una persona seria. ¡Va a ser presidente!
-Tratándose de ir a la cama no hay ninguna diferencia entre un presidente, un cura o un poeta comunista. ¿Sabes quién escribió «amo el
amor de los marineros que besan y se van. Dejan una promesa, no vuelven nunca más»?
-¡Neruda!
-¡Claro, pu’, Neruda! ¿Y te quedas tan chicha fresca?
-¡Yo no armaría tanto escándalo por un beso!
-Por el beso no, pero el beso es la chispa que arma el incendio. Y aquí
tienes otro verso de Neruda: «Amo el amor que se reparte, en besos, lecho
y pan». O sea, mijita, hablando en plata, la cosa es hasta con desayuno
en la cama.
-¡Mamá! .
-Y después su cartero le va a recitar el inmortal poema nerudiano que
yo escribí en mi álbum, cuando tenía su misma edad, señorita: «Yo no lo
quiero, amada, para que nada nos amarre, para que no nos una nada».
-Eso no lo entendí.
La madre fue armando con sus manos un imaginario globito que
comenzaba a inflarse sobre su ombligo, alcanzaba su cenit a la altura del
vientre, y declinaba al inicio de los muslos. Este fluido movimiento lo
acompañó sincopando el verso en cada una de sus sílabas:
«Yo-no-lo-quie-ro a-ma-da pa-ra que na-da nos a-ma-rre pa-ra que no
nos u-na na-da».
Perpleja la chica terminó de seguir el turgente desplazamiento de los
dedos de su madre y entonces, inspirada en la señal de viudez alrededor
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