ARDIENTE PACIENCIA - ANTONIO SKARMETA | Page 29

Eran así de satinadas las hojas del álbum, tan inmaculada su blancura, que Mario Jiménez encontró un feliz pretexto para no escribir sus versos en ellas. Recién cuando hubiera borroneado el cuaderno Torre de pruebas, tomaría la iniciativa de desinfectarse las manos con jabón Flores de Pravia, y expurgaría sus metáforas para transcribir sólo las mejores, con un bolígrafo verde como los que extenuaba el vate. Su infertilidad creció en las semanas siguientes en proporción contradictoria con su fama de poeta. Tanto se había divulgado su coqueteo con las musas, que la voz llegó hasta el telegrafista, quien lo conminó a leer algunos de sus versos en un acto político-cultural del Partido Socialista de San Antonio. El cartero transó en recitar la Oda al viento de Neruda, acontecimiento que le valió una pequeña ovación, y la requisitoria de que en nuevas reuniones distrajera a militantes y simpatizantes con la «Oda al caldillo de congrio». Muy ad hoc, el telegrafista se propuso organizar la nueva velada entre los pescadores del puerto. Ni sus apariciones en público, ni la pereza que alentó el hecho de no tener cliente a quien distribuirle la correspondencia, mitigaron el anhelo de abordar a Beatriz González, quien perfeccionaba día a día su belleza ignorante del efecto que estos progresos causaban en el cartero. Cuando finalmente éste hubo memorizado una cuota generosa de versos del vate y se propuso administrarlos para seducirla, se dio de bruces con una institución temible en Chile: las suegras. Una mañana en que disimuló pacientemente bajo el farol de la esquina que la esperaba, cuando vio a Beatriz abrir la puerta de su casa, y saltó hacia ella rezando su nombre, irrumpió la madre en escena, la cual lo fichó como a un insecto y le dijo «buenos días» con un tono, que inconfundiblemente significaba «desaparece». Al día siguiente, optando por una estrategia diplomática, en un momento en que su adorada no estaba en la hostería, llegó hasta el bar, puso su bolsa sobre el mesón, y pidió a la madre una botella de vino de excelente marca, que procedió a deslizar entre cartas e impresos. Tras carraspear, dedicó una mirada a la hostería como si la viera por primera vez, y dijo: -Es lindo este local. La madre de Beatriz, repuso cortésmente: -Yo no le he preguntado nada su opinión. Mario clavó la vista en su bolsa de cuero, con ganas de hundirse en ella y hacerle compañía a la botella. Carraspeó nuevamente: 29