El cartero de Neruda
da por otra no tan ingeniosa, pero al menos cierta: « Un hombre con
experiencia en el gobierno: Jorge Alessandri Rodríguez». Del bullicioso
vehículo descendieron dos hombres vestidos de blanco, y se acercaron al
grupo con sonrisas pletóricas, escasas en las inmediaciones donde la
carencia de dientes no favorecía esos derroches. Uno de ellos era el
diputado Labbé, representante de la derecha en la zona, quien había
prometido en la última campaña extender el servicio eléctrico hasta la
caleta, y que lentamente se iba acercando a cumplir su juramento como
constaba con la inauguración de un desconcertante semáforo -aunque
con los tres colores reglamentarios- en el cruce de tierra por donde transitaba el camión que recogía pescados, la bicicleta Lagnano de Mario
Jiménez, burros, perros y aturdidas gallinas.
-Aquí estamos, trabajando por Alessandri -dijo, mientras extendía
volantes al grupo.
Los pescadores los tomaron con la cortesía que dan los años de
izquierda y analfabetismo, miraron la foto del anciano ex mandatario,
cuya expresión calzaba con sus prácticas y prédicas austeras, y metieron
la hoja en los bolsillos de sus camisas. Sólo Mario se la extendió de
vuelta.
-Yo voy a votar por Neruda -dijo.
El diputado Labbé extendió la sonrisa dedicada a Mario al grupo de
pescadores. Todos se quedaban prendados de la simpatía de Labbé.
Alessandri mismo quizá lo sabía, y por eso lo enviaba a hacerle campaña
entre pescadores eruditos en anzuelos para pescar, y en evitarlos para
ser cazados.
-Neruda -repitió Labbé, dando la impresión que las sílabas del nombre
del vate recorrieran cada uno de sus dientes-. Neruda es un gran poeta.
Quizá el más grande de todos los poetas. Pero, señores, francamente no
lo veo como presidente de Chile.
Acosó con el volante a Mario, diciéndole:
-Léelo, hombre. A lo mejor te convences.
El cartero se guardó el papel doblado en el bolsillo, mientras el diputado se agachaba a remover las almejas de un canasto.
-¿A cuánto tienes la docena? - -¡A ciento cincuenta, para usted!
-¡Ciento cincuenta! ¡Por ese precio, me tienes que garantizar que cada
almeja trae una perla!
Los pescadores se rieron, contagiados por la naturalidad de Labbé; esa
gracia que tienen algunos ricos chilenos que crean un ambiente grato,
allí donde se paran. El diputado se levantó, con un par de pasos se distanció de Mario, y, llevando ahora la simpatía de su áulica sonrisa casi
hasta la bienaventuranza, le dijo en voz lo bastante alta como para que
nadie quedara sin escuchar:
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