El cartero de Neruda
Mario se limpió el sudor de la frente de un manotazo, secó el telegrama en sus muslos, y se lo puso en la mano del poeta.
-Don Pablo -declaró solemne-. Estoy enamorado.
El vate hizo del telegrama un abanico, que procedió a sacudir ante su
barbilla.
-Bueno -repuso- no es tan grave. Eso tiene remedio.
-¿Remedio? Don Pablo, si eso tiene remedio, yo sólo quiero estar enfermo. Estoy enamorado, perdidamente enamorado.
La voz del poeta, tradicionalmente lenta, pareció dejar caer esta vez dos
piedras, en vez de palabras.
-¿Contra quién?
-¿Don Pablo?
-¿De quién, hombre?
-Se llama Beatriz.
-¡Dante, diantres!
-¿Don Pablo?
-Hubo una vez un poeta que se enamoró de una tal Beatriz. Las
Beatrices producen amores inconmensurables.
El cartero esgrimió su bolígrafo Bic, y raspó con él la palma de su
izquierda.
-¿Qué haces?
-Me escribo el nombre del poeta ese. Dante.
-Dante Alighieri.
-Con «h».
-No, hombre, con «a».
-¿«A» como «amapola»?
-Como «amapola» y «apio».
-¿Don Pablo?
El poeta extrajo su bolígrafo verde, puso la palma del chico sobre la
roca, y escribió con letras pomposas. Cuando se disponía a abrir el
telegrama, Mario se golpeó la ilustre palma sobre la frente, y suspiró:
-Don Pablo, estoy enamorado.
-Eso ya lo dijiste. ¿Y yo en qué puedo servirte?
-Tiene que ayudarme.
-¡A mis años!
-Tiene que ayudarme, porque no sé qué decirle. La veo delante mío y
es como si estuviera mudo. No me sale una sola palabra.
-¡Cómo! ¿No has hablado con ella?
-Casi nada. Ayer me fui paseando por la playa como usted me dijo.
Miré el mar mucho rato, y no se me ocurrió ninguna metáfora. Entonces,
entré a la hostería y me compré una botella de vino. Bueno, fue ella la
que me vendió la botella.
-Beatriz.
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