El telegrafista Cosme tenía dos principios. El socialismo, a favor del
cual arengaba a sus subordinados, de modo superfluo, por lo demás,
porque todos eran convencidos o activistas, y el uso de la gorra de correos dentro de la oficina. Podía tolerar a Mario esa enmarañada melena que
superaba con raigambre proletaria el corte de los Beatles, los blue-jeans
infectados por manchas de aceite del engranaje de la bicicleta, la chaqueta descolorida de peón, su hábito de investigarse la nariz co