Antonio Skármeta
-Bueno, ése es justamente el problema. Que como no soy poeta, no
puedo decirlo.
El vate se apretó las cejas sobre el tabique de la nariz.
-¿Mario?
-¿Don Pablo?
-Voy a despedirme y a cerrar la puerta.
-Sí, don Pablo.
-Hasta mañana.
-Hasta mañana.
Neruda detuvo la mirada sobre el resto de las cartas, y luego entreabrió
el portón. El cartero estudiaba las nubes con los brazos cruzados sobre
el pecho. Vino hasta su lado y le picoteó el hombro con un dedo. Sin
deshacer su postura, el muchacho se lo quedó mirando.
Volví a abrir, porque sospechaba que seguías aquí.
-Es que me quedé pensando.
Neruda apretó los dedos en el codo del cartero, y lo fue conduciendo
con firmeza hacia el farol donde había estacionado la bicicleta.
-¿Y para pensar te quedas sentado? Si quieres ser poeta, comienza por
pensar caminando. ¿O eres como John Wayne, que no podía caminar y
mascar chiclets al mismo tiempo? Ahora te vas a la caleta por la playa y,
mientras observas el movimiento del mar, puedes ir inventando metáforas.
-¡Deme un ejemplo!
-Mira este poema: «Aquí en la Isla, el mar, y cuánto mar. Se sale de sí
mismo a cada rato. Dice que sí, que no, que no. Dice que sí, en azul, en
espuma, en galope. Dice que no, que no. No puede estarse quieto. Me
llamo mar, repite pegando en una piedra sin lograr convencerla.
Entonces con siete lenguas verdes, de siete tigres verdes, de siete perros
verdes, de siete mares verdes, la recorre, la besa, la humedece, y se golpea el pecho repitiendo su nombre». -Hizo una pausa satisfecho-. ¿Qué
te parece?
-Raro.
-«Raro.» ¡Qué crítico más severo que eres!
-No, don Pablo. Raro no lo es el poema. Raro es como yo me sentía
cuando usted recitaba el poema.
-Querido Mario, a ver si te desenredas un poco, porque no puedo pasar
toda la mañana disfrutando de tu charla.
-¿Cómo se lo explicara? Cuando usted decía el poema, las palabras
iban de acá pa’llá.
-¡Como el mar, pues!
-Sí, pues, se movían igual que el mar.
-Eso es el ritmo.
-Y me sentí raro, porque con tanto movimiento me marié.
16