El cartero de Neruda
lum, se consideró merecedor de una migaja de la atención del vate, y una
mañana de sol invernal, le filtró el libro junto con las cartas, con una
frase que había ensayado frente a múltiples vitrinas:
-Póngame la millonaria, maestro.
Complacerlo fue para el poeta un trámite de rutina, pero una vez
cumplido con ese breve deber, se despidió con la cortante cortesía que lo
caracterizaba. Mario comenzó por analizar el autógrafo y llegó a la conclusión que con un «Cordialmente, Pablo Neruda» su anonimato no
perdía gran cosa. Se propuso trabar algún tipo de relación con el poeta,
que le permitiera algún día ser alhajado con una dedicatoria en que por
lo menos constara con la mera tinta verde del vate su nombre y apellido:
Mario Jiménez S. Aunque óptimo le hubiera parecido un texto del tenor
de «A mi entrañable amigo Mario Jiménez, Pablo Neruda». Le planteó sus
anhelos a Cosme el telegrafista, quien, tras recordarle que Correos de
Chile prohibía a sus mensajeros fastidiar con requisitorias atípicas a su
clientela, le hizo saber que un mismo libro no podía ser dedicado dos
veces. Es decir, que en ningún caso sería noble proponerle al poeta -por
comunista que fuera- que tarjara sus palabras para reemplazarlas por
otras.
Mario Jiménez tuvo por atinada la observación, y cuando recibió el
segundo sueldo en un sobre fiscal, adquirió, con un gesto que le pareció
consecuente, Nuevas odas elementales, edición Losada. Alguna pesadumbre lo alentó al renunciar a su soñada excursión a Santiago, y luego
el temor, cuando el astuto librero le dijo: «Y para el mes próximo le tengo
el tercer libro de las Odas».
Pero ninguno de ambos libros llegó a ser autografiado por el poeta.
Otra mañana con sol de invierno, muy parecida a otra tampoco descrita
en detalle antes, relegó la dedicatoria al olvido. Mas no así la poesía.
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