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incorporadas al agente en forma de esquemas de percepción,
pensamiento y acción constituyen los habitus). A partir, entonces, del
habitus —como estructura generativa que éste es, y debido al hecho
de que introduce la dimensión histórica e incorpora el pasado al
presente— los sujetos producen sus prácticas.
Ahora bien, el conocimiento social no existe sólo en el intelecto
y la mente, sino que también se inscribe en lo biológico. Como cada
agente social tiene un cuerpo construido (en tanto sus gestos y
modos de moverse, etcétera, tienen más de aprendido que de
“natural”), es también posible leer —digamos— toda socialización
exitosa entonces en ese cuerpo. Sostiene Tenti Fanfani, siguiendo a
Bourdieu:
El habitus […] es al mismo tiempo hexis (entendida como manera
duradera de llevar el cuerpo, de hablar, de caminar, etcétera) y
ethos (es decir, maneras de ser o hacer objetivamente
sistemáticas). El aprendizaje no reside sólo en la memoria y en la
mente, sino también en el cuerpo. En él se inscriben no sólo
predisposiciones, sino también valores. Así como existe un lenguaje
del cuerpo, actuamos con el cuerpo, y hablamos con el cuerpo. Se
puede manifestar respeto, sumisión, humildad, inseguridad o
soberbia, dominación, seguridad, orgullo a través del uso del
cuerpo. (*15)
“La socialización”, afirma Tenti Fanfani, “debería ser vista como el
proceso ininterrumpido de creación de habitus”.
Nos interesa particularmente destacar la relación de lo cultural
con el cuerpo, y cómo lo sociocultural se inscribe en lo biológico, y
nos interesa asimismo referirnos en este sentido a lo que hace a las
prácticas que conciernen al consumo de alimentos. En lo referente al
aspecto simbólico del consumo, podemos una vez más apelar a
ciertas nociones elaboradas por Bourdieu, en este caso relacionadas
con estéticas de consumo de acuerdo a arreglos de clase. Estas
nociones son extremadamente útiles para demostrar que las
articulaciones entre lo simbólico y lo económico son muy importantes
en la reproducción y la diferenciación social (*16) .
Consideremos, por ejemplo, cómo es que las clases burguesa o
media en ocasiones llegan incluso a autonomizar la dieta,
desvinculando así sus prácticas de consumo de alimentos de las
necesidades fisiológicas con las que se relaciona el alimento en sí, y