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En la autoidentificación del sujeto (individual o colectivo) se
seleccionan ciertos rasgos, mientras que a su vez se elige invisibilizar
otros. En una operación reduccionista más, la construcción de ese
“otro” que es un “ellos” —construcción que se requiere en la
construcción del “nosotros”— supone no sólo la reducción del “ellos”
desconocido, sino también la reducción del mismo “nosotros”.
Chiriguini sostiene, al respecto:
[…] la representación de una identidad colectiva no supone la
homogeneización interna de todo el grupo o de los sujetos que
comparten una identidad común. Las representaciones sociales que
se construyen sobre “los otros” enmascaran y ocultan las diferencias
internas, en tanto cualquier representación es elaborada partir de
ciertos rasgos y prácticas sociales que son seleccionadas en la
dinámica social; es decir, la representación de la identidad colectiva
homogeneiza simbólicamente la diversidad y desigualdad de los
sujetos que adscriben a la misma. (*34)
Todos estos discursos del prejuicio y la discriminación podrían ser
categorizados como lo que —al hablar de la juventud negada, en el
modelo jurídico, y negativizada, en el modelo represivo— Mariana
Chaves llama tan apropiadamente “discursos de clausura”. Dice que
al operar estos “[…] cierran, no permiten la mirada cercana,
simplifican, y funcionan como obstáculos epistemológicos para el
conocimiento del otro”. (*35)
¿Cómo llegar a comprender la identidad del “otro”, del
extranjero, del extraño, de manera más acabada, sin cerrar el
conocimiento con discursos de clausura? Lo identitario, por ejemplo,
puede comprenderse mejor desde una perspectiva relacional y
dinámica. Esto es, el hecho de que en principio, y como
argumentábamos, la identidad o identificación requiera de un otro
para constituirse y afirmar su existencia diferencial hace que
necesariamente sea un fenómeno relacional: es en el contacto con el
otro, en las relaciones en y entre los grupos sociales, que se
conforma lo identitario (*36) . Por otro lado, esta manera de pensar lo
identitario es de perspectiva dinámica, en tanto se construye de
manera contrastiva “en el juego” —nos dice Chiriguini— “de la
interacción social” (*37) . En este sentido —y en la medida en que la
identidad es interacción, un “juego”, es relacional y es dinámica—, la
discriminación funcionaría tal vez como un mecanismo, por así
decirlo, reforzador de la identidad propia. En efecto, si no sólo