Cuentos de Edgar Allan Poe
figuras humanas idénticas, que probablemente pretendían ser retratos de la persona
difunta. Extendida de la cabeza a los pies aparecía una inscripción en forma de
columna, trazada en jeroglíficos fonéticos, la cual repetía el nombre y títulos del
muerto, y los nombres y títulos de sus parientes.
En el cuello de la momia, que emergía de aquel estuche, había un collar de cuentas
cilíndricas de vidrio y de diversos colores, dispuestas de modo que formaban imágenes
de dioses, el escarabajo sagrado y el globo alado. La cintura estaba ceñida por un
cinturón o collar parecido.
Arrancando el papiro, descubrimos que la carne se hallaba perfectamente conservada
y que no despedía el menor olor. Era de coloración rojiza. La piel aparecía muy seca,
lisa y brillante. Dientes y cabello se hallaban en buen estado. Los ojos (según nos
pareció) habían sido extraídos y reemplazados por otros de vidrio, muy hermosos y de
extraordinario parecido a los naturales, salvo que miraban de una manera demasiado
fija. Los dedos y las uñas habían sido brillantemente dorados.
Mr. Gliddon era de opinión que, dada la rojez de la epidermis, el embalsamamiento
debía haberse efectuado con betún; pero, al raspar la superficie con un instrumento de
acero y arrojar al fuego el polvo así obtenido, percibimos el perfume del alcanfor y de
otras gomas aromáticas.
Revisamos cuidadosamente el cadáver, buscando las habituales aberturas por las
cuales se extraían las entrañas, pero, con gran sorpresa, no las descubrimos. Ninguno
de nosotros sabía en aquel momento que con frecuencia suelen encontrarse momias
que no han sido vaciadas. Por lo regular se acostumbraba extraer el cerebro por las
fosas nasales y los intestinos por una incisión del costado; el cuerpo era luego afeitado,
lavado y puesto en salmuera, donde permanecía varias semanas, hasta el momento del
embalsamamiento propiamente dicho.
Como no encontrábamos la menor señal de una abertura, el doctor Ponnonner
preparaba ya sus instrumentos de disección, cuando hice notar que eran más de las
dos de la mañana. Se decidió entonces postergar el examen interno hasta la noche
siguiente, y estábamos a punto de separarnos, cuando alguien sugirió hacer una o dos
experiencias con la pila voltaica.
Si la aplicación de electricidad a una momia cuya antigüedad se remontaba por lo
menos a tres o cuatro mil años no era demasiado sensata, resultaba en cambio lo
bastante original como para que todos aprobáramo s la idea. Un décimo en serio y
nueve décimos en broma, preparamos una batería en el consultorio del doctor y
trasladamos allí a nuestro egipcio.
Nos costó muchísimo trabajo poner en descubierto una porción del músculo temporal,
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