Antologia de cuentos Antología | Page 64

Cuentos de Edgar Allan Poe
plato , froté con ellos mis ataduras allí donde era posible alcanzarlas , y después , apartando mi mano del suelo , permanecí completamente inmóvil , conteniendo el aliento .
Los hambrientos animales se sintieron primeramente aterrados y sorprendidos por el cambio … la cesación de movimiento . Retrocedieron llenos de alarma , y muchos se refugiaron en el pozo . Pero esto no duró más que un momento . No en vano había yo contado con su voracidad . Al observar que seguía sin moverme , una o dos de las mas atrevidas saltaron al bastidor de madera y olfatearon el cíngulo . Esto fue como la señal para que todas avanzaran . Salían del pozo , corriendo en renovados contingentes . Se colgaron de la madera , corriendo por ella y saltaron a centenares sobre mi cuerpo . El acompasado movimiento del péndulo no las molestaba para nada . Evitando sus golpes , se precipitaban sobre las untadas ligaduras . Se apretaban , pululaban sobre mí en cantidades cada vez más grandes . Se retorcían cerca de mi garganta ; sus fríos hocicos buscaban mis labios . Yo me sentía ahogar bajo su creciente peso ; un asco para el cual no existe nombre en este mundo llenaba mi pecho y helaba con su espesa viscosidad mi corazón . Un minuto más , sin embargo , y la lucha terminaría . Con toda claridad percibí que las ataduras se aflojaban . Me di cuenta de que debían de estar rotas en más de una parte . Pero , con una resolución que excedía lo humano , me mantuve inmóvil .
No había errado en mis cálculos ni sufrido tanto en vano . Por fin , sentí que estaba libre . El cíngulo colgaba en tiras a los lados de mi cuerpo . Pero ya el paso del péndulo alcanzaba mi pecho . Había dividido la estameña de mi sayo y cortaba ahora la tela de la camisa . Dos veces más pasó sobre mí , y un agudísimo dolor recorrió mis nervios . Pero el momento de escapar había llegado . Apenas agité la mano , mis libertadoras huyeron en tumulto . Con un movimiento regular , cauteloso , y encogiéndome todo lo posible , me deslicé , lentamente , fuera de mis ligaduras , más allá del alcance de la cimitarra . Por el momento , al menos , estaba libre .
Libre … ¡ y en las garras de la Inquisición ! Apenas me había apartado de aquel lecho de horror para ponerme de pie en el piso de piedra , cuando cesó el movimiento de la diabólica máquina , y la vi subir , movida por una fuerza invisible , hasta desaparecer más allá del techo . Aquello fue una lección que debí tomar desesperadamente a pecho . Indudablemente espiaban cada uno de mis movimientos . ¡ Libre ! Apenas si había escapado de la muerte bajo la forma de una tortura , para ser entregado a otra que sería peor aún que la misma muerte . Pensando en eso , paseé nerviosamente los ojos por las barreras de hierro que me encerraban . Algo insólito , un cambio que , al principio , no me fue posible apreciar claramente , se había producido en el calabozo . Durante largos minutos , sumido en una temblorosa y vaga abstracción me perdí en vanas y deshilvanadas conjeturas . En estos momentos pude advertir por primera vez el origen de la sulfurosa luz que iluminaba la celda . Procedía de una fisura de media pulgada de ancho , que rodeaba por completo el calabozo al pie de las paredes , las
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