Antologia de cuentos Antología | Page 62

Cuentos de Edgar Allan Poe
después caí en una repentina calma y me mantuve inmóvil , sonriendo a aquella brillante muerte como un niño a un bonito juguete .
Siguió otro intervalo de total insensibilidad . Fue breve , pues al resbalar otra vez en la vida noté que no se había producido ningún descenso perceptible del péndulo . Podía , sin embargo , haber durado mucho , pues bien sabía que aquellos demonios estaban al tanto de mi desmayo y que podían haber detenido el péndulo a su gusto . Al despertarme me sentí inexpresablemente enfermo y débil , como después de una prolongada inanición . Aun en la agonía de aquellas horas la naturaleza humana ansiaba alimento . Con un penoso esfuerzo alargué el brazo izquierdo todo lo que me lo permitían mis ataduras y me apoderé de una pequeña cantidad que habían dejado las ratas . Cuando me llevaba una porción a los labios pasó por mi mente un pensamiento apenas esbozado de alegría … de esperanza . Pero , ¿ qué tenía yo que ver con la esperanza ? Era aquél , como digo , un pensamiento apenas formado ; muchos así tiene el hombre que no llegan a completarse jamás . Sentí que era de alegría , de esperanza ; pero sentí al mismo tiempo que acababa de extinguirse en plena elaboración . Vanamente luché por alcanzarlo , por recobrarlo . El prolongado sufrimiento había aniquilado casi por completo mis facultades mentales ordinarias . No era más que un imbécil , un idiota .
La oscilación del péndulo se cumplía en ángulo recto con mi cuerpo extendido . Vi que la media luna estaba orientada de manera de cruzar la zona del corazón . Desgarraría la estameña de mi sayo …, retornaría para repetir la operación … otra vez …, otra vez … A pesar de su carrera terriblemente amplia ( treinta pies o más ) y la sibilante violencia de su descenso , capaz de romper aquellos muros de hierro , todo lo que haría durante varios minutos sería cortar mi sayo . A esa altura de mis pensamientos debí de hacer una pausa , pues no me atrevía a prolongar mi reflexión . Me mantuve en ella , pertinazmente fija la atención , como si al hacerlo pudiera detener en ese punto el descenso de la hoja de acero . Me obligué a meditar acerca del sonido que haría la media luna cuando pasara cortando el género y la especial sensación de estremecimiento que produce en los nervios el roce de una tela . Pensé en todas estas frivolidades hasta el límite de mi resistencia .
Bajaba … seguía bajando suavemente . Sentí un frenético placer en comparar su velocidad lateral con la del descenso . A la derecha … a la izquierda … hacia los lados , con el aullido de un espíritu maldito … hacia mi corazón , con el paso sigiloso del tigre . Sucesivamente reí a carcajadas y clamé , según que una u otra idea me dominara .
Bajaba … ¡ Seguro , incansable , bajaba ! Ya pasaba vibrando a tres pulgadas de mi pecho . Luché con violencia , furiosamente , para soltar mi brazo izquierdo , que sólo estaba libre a partir del codo . Me era posible llevar la mano desde el plato , puesto a mi lado , hasta la boca , pero no más allá . De haber roto las ataduras arriba del codo , hubiera tratado de detener el péndulo . ¡ Pero lo mismo hubiera sido pretender atajar
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