Antologia de cuentos Antología | Page 45

Cuentos de Edgar Allan Poe -¡Dos! -continuó la gran campana. -¡Tos! -repitieron todos los relojes. -¡Tres! ¡Cuatro! ¡Cinco! ¡Seis! ¡Siete! ¡Ocho! ¡Nueve! ¡Diez! -dijo la campana. -¡Dres! ¡Cuatro! ¡Cingo! ¡Seis! ¡Siete! ¡Ocho! ¡Nuefe! ¡Tiez! -respondieron los otros. -¡Once! -dijo la grande. -¡Once! -asintieron las pequeñas. -¡Doce! -dijo la campana. -¡Toce! -replicaron todos, perfectamente satisfechos, y dejando caer la voz. -¡Y las toce son! -dijeron todos los viejos y pequeños señores, guardando sus relojes. Pero el gran reloj todavía no había terminado con ellos. -¡Trece! -dijo. –¡Der Teufel! -boquearon los viejos y pequeños hombrecitos empalideciendo, dejando caer la pipa y bajando todos la pierna derecha de la rodilla izquierda. –¡Der Teufel! -gimieron-. ¡Drece! ¡Drece! ¡Mein Gott, son las drece! ¿Para qué intentar la descripción de la terrible escena que siguió? Todo Vondervotteimittiss se sumió de inmediato en un lamentable estado de confusión. -¿Qué le pasa a mi fiendre? -gimieron todos los muchachos-. ¡Ya tebo esdar hambriento a esda hora! -¿Qué le pasa a mi rebollo? -chilla ron todas las mujeres-. ¡Ya tebe esdar deshecho a esta hora! -¿Qué le pasa a mi biba? -juraron los viejos y pequeños señores-. ¡Druenos y cendellas! -y la llenaron de nuevo con rabia y, reclinándose en los sillones, aspiraron con tanta rapidez y tanta furia que el valle entero se llenó inmediatamente de un humo impenetrable. Entretanto los repollos se pusieron muy rojos y parecía como si el viejo Belcebú en persona se hubiese apoderado de todo lo que tuviera forma de reloj. Los relojes tallados en los muebles empezaron a bailar como embrujados, mientras los de las 45