Cuentos de Edgar Allan Poe
de cinta amarilla que se abre en forma de repollo. En la mano izquierda lleva un
pequeño reloj holandés; en la derecha empuña un cucharón para el repollo agrio y el
cerdo. Tiene a su lado un gordo gato mosqueado, con un reloj de juguete atado a la
cola que «los muchachos» le han puesto por bromear.
En cuanto a los muchachos, están los tres en el jardín cuidando el cerdo. Tienen cada
uno dos pies de altura. Usan sombrero de tres puntas, chaleco color púrpura que les
llega hasta los muslos, calzones de piel de ante, calcetines rojos de lana, pesados
zapatos con hebilla de plata y largos levitones con grandes botones de nácar. Cada uno
de ellos tiene, además, una pipa en la boca y en la mano derecha un pequeño reloj
protuberante. Una bocanada de humo y un vistazo, un vistazo y una bocanada de
humo. El cerdo, que es corpulento y perezoso, se ocupa ya de recoger las hojas que
caen de los repollos, ya de dar una coz al reloj dorado que los pillos le han atado
también a la cola para ponerle tan elegante como al gato.
Justo delante de la puerta de entrada, en un sillón de alto respaldo y asiento de cuero,
con patas retorcidas de puntas finas como las mesas, está sentado el viejo dueño de la
casa en persona. Es un anciano pequeño e hinchado, de grandes ojos redondos y doble
papada enorme. Sus ropas se parecen a las de los muchachos, y no necesito decir nada
más al respecto. Toda la diferencia reside en que su pipa es un poco más grande que la
de aquéllos y puede aspirar una bocanada mayor. Como ellos, usa reloj, pero lo lleva
en el bolsillo. A decir verdad, tiene que cuidar algo más importante que un reloj, y he
de explicar ahora de qué se trata. Se sienta con la pierna derecha sobre la rodilla
izquierda, muestra un grave continente y mantiene, por lo menos, uno de sus ojos
resueltamente clavado en cierto objeto notable que se halla en el centro de la llanura.
Este objeto está situado en el campanario del edificio de la Municipalidad. Los
miembros del Consejo Municipal son todos muy pequeños, redondos, grasos,
inteligentes, con grandes ojos como platos y gordo doble mentón, y usan levitones
mucho más largos y las hebillas de los zapatos mucho más grandes que los habitantes
comunes de Vondervotteimittiss. Desde que vivo en la villa han tenido varias sesiones
especiales y han adoptado estas tres importantes resoluciones:
«Que está mal cambiar la vieja y buena marcha de las cosas.»
«Que no hay nada tolerable fuera de Vondervotteimittiss», y
«Que seremos fieles a nuestros relojes y a nuestros repollos.»
Sobre la sala de sesiones del Consejo se encuentra la torre, y en la torre el campanario,
donde existe y ha existido, desde tiempos inmemoriales, el orgullo y maravilla del
pueblo: el gran reloj de la villa de Vondervotteimittiss. Y a este objeto se dirige la
mirada de los viejos señores sentados en los sillones con asiento de cuero.
El gran reloj tiene siete cuadrantes, uno a cada lado de la torre, de modo que se lo
puede ver fácilmente desde todos los ángulos. Sus cuadrantes son grandes y blancos,
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