Cuentos de Edgar Allan Poe
diferencia en el aspecto de cualquier parte de la misma, y, a decir verdad, la sola
insinuación de semejante posibilidad es considerada un insulto. La aldea está situada
en un valle perfectamente circular, de un cuarto de milla de circunferencia,
aproximadamente, rodeado por encantadoras colinas cuyas cimas sus habitantes
nunca osaron pasar. Lo justifican con la excelente razón de que no creen que haya
absolutamente nada del otro lado.
En torno a la orilla del valle (que es muy uniforme y pavimentado de baldosas chatas)
se extiende una hilera continua de sesenta casitas. De espaldas a las colinas, miran,
claro está, al centro de la llanura que queda justo a sesenta yardas de la puerta de cada
una. Cada casa tiene un jardinillo delante, con un sendero circular, un cuadrante solar
y veinticuatro repollos. Los edificios mismos son tan exactamente parecidos que es
imposible distinguir uno de otro. A causa de su gran antigüedad el estilo
arquitectónico es algo extraño, pero no por ello menos notablemente pintoresco. Están
construidos con pequeños ladrillos endurecidos a fuego, rojos, con los extremos negros,
de manera que las paredes semejan un tablero de ajedrez de gran tamaño. Los
gabletes miran al frente y hay cornisas, tan grandes como todo el resto de la casa,
sobre los aleros y las puertas principales. Las ventanas son estrechas y profundas, con
vidrios muy pequeños y grandes marcos. Los tejados están cubiertos de abundantes
tejas de grandes bordes acanalados. El maderaje es todo de color oscuro, muy tallado,
pero pobre en la variedad del diseño, pues desde tiempo inmemorial los tallistas de
Vondervotteimittiss sólo han sabido tallar dos objetos: el reloj y el repollo. Pero lo
hacen admirablemente bien y los prodigan con singular ingenio allí donde encuentran
espacio para la gubia.
Las casas son tan semejantes por dentro como por fuera, y el moblaje responde a un
solo modelo. Los pisos son de baldosas cuadradas, las sillas y mesas de madera negra
con patas finas y retorcidas, adelgazadas en la punta. Las chimeneas son anchas y
altas, y tienen no sólo relojes y repollos esculpidos en el frente, sino un verdadero reloj
que hace un prodigioso tic-tac, en el centro de la repisa, y en cada extremo un florero
con un repollo que sobresale a manera de batidor. Entre cada repollo y el reloj hay un
hombrecillo de porcelana con una gran barriga, y en ella un agujero a través del cual
se ve el cuadrante de un reloj.
Los hogares son amplios y profundos, con morillos de aspecto retorcido y agresivo. Allí
arde constantemente el fuego sobre el cual pende un enorme pote lleno de repollo
agrio y carne de cerdo, que una buena mujer de la casa vigila continuamente. Es una
anciana pequeña y gruesa, de ojos azules y cara roja, y usa un gran bonete como un
terrón de azúcar, adornado de cintas purpúreas y amarillas. El vestido es de una basta
mezcla de lana y algodón de color naranja, muy amplio por detrás y muy corto de
talle, a decir verdad muy corto en otras partes, pues no baja de la mitad de la pierna.
Las piernas son un poco gruesas, lo mismo que los tobillos, pero lleva un bonito par de
calcetines verdes que se las cubren. Los zapatos, de cuero rosado, se atan con un lazo
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