Cuentos de Edgar Allan Poe
izquierdo de la boca y, por vía de compensación, insertó el pulgar izquierdo en el
ángulo derecho de la abertura antes mencionada.
Al no recibir respuesta de Mr. Buckingham, la momia se volvió malhumorada a Mr.
Gliddon y, con tono perentorio, le preguntó qué diablos pretendíamos todos.
Mr. Gliddon le contestó detalladamente en idioma fonético;y si no fuera por la carencia
de caracteres jeroglíficos en las imprentas norteamericanas, me hubiese encantado
reproducir aquí su excelentísimo discurso en la forma original.
Aprovecharé la ocasión para hacer notar que la conversación con la momia se
desarrolló en egipcio antiguo; tanto yo como los otros miembros no eruditos del grupo
contamos con los señores Gliddon y Buckingham como intérpretes. Estos caballeros
hablaban la lengua materna de la momia con inimitable fluidez y gracia; pero no pude
dejar de observar que (a causa, sin duda, de la introducción de imágenes modernas,
vale decir absolutamente novedosas para el egipcio) ambos eruditos se veían obligados
en ocasiones a emplear formas concretas para explicar determinadas cosas. Mr.
Gliddon, por ejemplo, no pudo hacer comprender en cierto momento al egipcio la
palabra «política» hasta que no hubo dibujado en la pared, con un carbón, un
diminuto caballero de nariz llena de verrugas, con los codos rotos, subido a una
tribuna, la pierna izquierda echada hacia atrás, el brazo derecho tendido hacia
adelante, cerrado el puño y los ojos vueltos hacia el cielo, mientras la boca se abría en
un ángulo de noventa grados. Del mismo modo, Mr. Buckingham no consiguió
hacerle entender la noción absolutamente moderna de whig hasta que el doctor
Ponnonner le sugirió el medio adecuado; nuestro amigo se puso sumamente pálido,
pero consintió en quitarse la peluca.
Se comprenderá fácilmente que el discurso de Mr. Gliddon versó principalmente
sobre los grandes beneficios que el desempaquetamiento y destripamiento de las
momias había proporcionado a la ciencia, aprovechando esto para excusarnos de
todos los inconvenientes que pudiéramos haber causado en especial a la momia
llamada Allamistakeo; concluyó sugiriendo finamente (pues apenas era una
insinuación) que, una vez explicadas estas cosas, muy bien podíamos continuar con el
examen proyectado.
Al oír esto, el doctor Ponnonner se puso a preparar sus instrumentos.
Pero parece ser que Allamistakeo tenía ciertos escrúpulos de conciencia -cuya
naturaleza no pude llegar a comprender- con respecto a la sugestión del orador.
Mostróse, sin embargo, satisfecho de las excusas ofrecidas y, bajándose de la mesa,
estrechó las manos de todos los presentes.
Terminada esta ceremonia, nos ocupamos inmediatamente de reparar los daños que el
bisturí había ocasionado en nuestro sujeto. Le cosimos la herida de la frente, le
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