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GISELA LANDÁZURI BENÍTEZ
Escribir un libro desde, con y para los atlapulquenses
al., 2014:16) En ocasiones no sólo se da a nivel intergeneracional, también
ocurre con la distancia que toman los individuos, al enfocarse a otros grupos,
actividades o intereses. Halbwachs lo llama olvido por desvinculación de
grupo: “Olvidar un periodo de la propia vida es perder contacto con aquellos
que nos rodeaban entonces (Halbwachs, 2004:33)”.
Fuimos entendiendo ese “olvido por desvinculación” al recordar que
a mediados del siglo pasado se da un proceso de profesionalización de la
población joven, sobre todo al incorporarse al magisterio. Mientras que esas
generaciones no perdieron totalmente el contacto con la tierra -pues ayudaban
a los padres en sus vacaciones o fines de semana, e incluso como jubilados
regresaron a trabajarla- los hijos de esos profesionistas ya poco saben de
chapinear (sembrar de manera tradicional), cultivar las hortalizas y flores,
predecir el clima, o entender la dinámica comercial de la producción agrícola.
El riesgo es que todos esos saberes se pierdan para la localidad y la humanidad.
A su vez, el aprecio a la zona lacustre como patrimonio natural, se va
perdiendo. Las parcelas chinamperas y cerriles se ven, por los que se han
desligado de la actividad agrícola, como espacios para la construcción de
asentamientos habitacionales.
Hubo por un lado el reconocimiento de que los atlapulquenses han navegado
con las diferentes corrientes por las que fluyen los ríos de la modernización y
de la tradición, de la cohesión social y las fracturas. De hecho aún se pueden
reconocer ámbitosque mantienen vivas sus formas de organización social, que
reproducen y refuerzan su cultura, identidad y sus propias relaciones sociales,
especialmente su religiosidad popular, con su gastronomía y sus formas festivas
(danzas, castillos, jaripeos).
Parte de los temas recurrentes a lo largo de las jornadas es la mención de
lo que se está perdiendo: las chinampas, parte del Patrimonio cultural de la
Humanidad, las relaciones cercanas, de convivencia cotidiana, de conocer a
los vecinos, de confiar en el de enfrente, del nosotros. Estas pérdidas conllevan
la amenaza a una cultura, antes ligada a la tierra, ahora sobre todo a algunas
tradiciones, a sus fiestas y a su identidad de pueblo originario combativo,
chicuarote. 7
Pero, también se exalta el ascenso social que representó la incorporación
de hace dos generaciones, primero a las actividades magisteriales y después
a otras tareas profesionales.
El chicuarote es un chile muy picante y a la vez el apodo que le han puesto los pueblos vecinos
a los atlapulquenses, por aguerridos y tercos.
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