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ROSALÍA VÁZQUEZ TORÍZ
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YAREHD CAPORAL G.
La agricultura urbana como espacio de recuperación y resignificación del modo de vida campesino
La cuestión de qué tipo de ciudad queremos no puede separarse del tipo de
personas que queremos ser, el tipo de relaciones sociales que pretendemos, las
relaciones con la naturaleza que apreciamos, el estilo de vida que deseamos
y los valores estéticos que respetamos. El derecho a la ciudad es por tanto
mucho más que un derecho de acceso individual o colectivo a los recursos
que esta almacena o protege; es un derecho a cambiar y reinventar la ciudad
de acuerdo con nuestros deseos. Es, además, un derecho más colectivo que
individual, ya que la reinvención de la ciudad depende inevitablemente del
ejercicio de un poder colectivo sobre el proceso de urbanización (Harvey,
2013:20).
En ese proceso de “hacer y rehacernos a nosotros mismos y a nuestras
ciudades” (Harvey, 2013:20), el actor social que practica la agricultura urbana
y periurbana va modificando la percepción de su hábitat: los jardines públicos
y los camellones, por ejemplo, de lugares de esparcimiento y tránsito peatonal
se transforman en espacios de posibilidad para la producción de alimentos y
el encuentro e intercambio entre los vecinos. Lo mismo pasa con la propia
casa y los terrenos baldíos de la colonia: ahora van siendo percibidos como
espacios de posibilidad para desarrollar prácticas productivas agrícolas.
A la par de la transformación en la percepción de los espacios urbanos,
los agricultores urbanos estarían reencontrándose con saberes y formas de vida
latentes, que en el desarrollo de las mismas ciudades fueron negadas pero no
desaparecidas del todo:
Muchas ciudades del país tuvieron su origen en pequeñas localidades rurales,
cuyos habitantes trabajaban el campo. Poco a poco adoptaron el modelo
de desarrollo urbano y crearon servicios públicos para los ciudadanos, los
habitantes dejaron las labores del campo para trabajar como servidores públicos
u obreros. Sin embargo, los conocimientos campesinos se conservaron en
algunas familias. De tal forma que es posible observar cómo en algunas
familias se siembran plantas comestibles como chayotes, cilantro, perejil,
rábano, chile, cebollines y acelgas; también plantas medicinales como romero,
manzanilla e hinojo. En casos particulares, principalmente en las colonias
de las periferias urbanas, es posible ver familias que crían aves de traspatio:
guajolotes y gallinas, y en algunos casos conejos (Velázquez, 2015).
Así observada la historia de las ciudades y de sus mismos pobladores, la
agricultura urbana y periurbana tendría una base campesina, entendiendo que
la agricultura campesina “no es una profesión, es una forma de ser, de vivir y
de producir” (Da Silva, 2015: 10), que está sustentada en la milpa: