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30 SONIA COMBONI SALINAS l JOSÉ MANUEL JUÁREZ NÚÑEZ La interculturalidad y el diálogo de saberes indígenas siempre han constituido una riqueza intelectual para formar Hombres comunitarios con identidad, semejante a decir formar ciudadanos, tarea principal encomendada en cabeza de los ancianos sabedores (Jamioy, 1997: 66). “De ahí que se plantee que la educación o los estudios sobre ella deberían centrase en la manera en la cual se pueda generar un diálogo entre culturas, una interacción que vincule los mismos planos de decisión a partir de la consideración de las estructuras ideológicas y cosmogónicas” (Gutiérrez- Martínez, 2016: 324), traducidas en saberes y modos de hacer produciendo conocimientos. Esta concepción de la interculturalidad en la educación debería pasar por el conocimiento universal y los propios, de las matemáticas modernas, pero también de los ciclos agrícolas; de la historia universal y la historia de los Pueblos Originarios; los mitos y leyendas urbanas y de los pueblos indígenas. Esta enseñanza debería ser obligatoria no sólo para escuelas del subsistema de educación indígena, sino para todo el país. Si todos debemos aprender el español, en cada región debería enseñarse obligatoriamente por lo menos la lengua más hablada en la zona en la que se ubica el establecimiento escolar. De esta manera estaríamos hablando de diálogo de saberes y no de castellanización u homogeneización cultural. La educación intercultural debe insistir más en la relación con el “Otro” a partir de su aceptación y conocimiento, más que de la relación entre culturas, puesto que cada sujeto es portador de su propia cultura. En cierta manera conocer y aceptar al “Otro” es conocer y aceptar su cultura. Ello implica las prácticas en el aula, en la vida cotidiana. Wulf (1999: 233) dice, pensando en los procesos educativos, que “no puede concebirse identidad sin alteridad, por tanto la formación intercultural entraña una correspondencia relacional entre un yo fractalizado, irreductible en sus distintas expresiones, y un otro multiforme”. Por lo que, en la educación, podemos decir que los procesos de formación intercultural se rigen por una doble historicidad: por un lado, el momento determinado en cada caso por las condiciones específicas en que tienen lugar dichos procesos; y, por el otro, el carácter histórico de los contenidos y temas que son objetos del aprendizaje intercultural. Es decir, la unicidad del individuo: a consecuencia de los diferentes espacios, constelaciones e historias vitales, existe en cada individuo una relación única de alteridad e identidad que se construye en el punto de partida especifico de la formación intercultural.