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SONIA COMBONI SALINAS
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JOSÉ MANUEL JUÁREZ NÚÑEZ
La interculturalidad y el diálogo de saberes
entre dimensión espacial y producción de identidades en lo local. Por ello, sin
trazar un panorama exhaustivo sobre el tema, exponemos algunas perspectivas
interpretativas: En un primer momento cobra importancia su significado socio-
cultural expresado en la relación entre el hombre y la tierra; en un segundo
momento, es un arraigo que se inscribe en la permanencia y asimismo con
la identidad. Una identidad que no se presenta de manera estática, más bien
mantiene una especificidad espacio–temporal condicionada por las prácticas
sociales, de manera que se va construyendo y moldeando en el devenir histórico.
El territorio es mucho más que el espacio geográfico, que un paisaje rural
o urbano, con características específicas en su biota; en éste se construyen
formas culturales, visiones del mundo, y explicaciones del mismo y del lugar
que se ocupa en éste; se crea un mundo de vida compartido entre aquellos
que participan de él, donde el “yo” comprende al “otro” en función de la
cercanía a mi mundo de vida. Desde esta perspectiva, las formas de vida
ligadas a construcciones culturales se establecen como espacios de diálogo y
de comprensión, diferenciándose a la vez del otro distinto.
Según Raffestin (Giménez, 2000: 21-22), el territorio es el espacio
apropiado y valorizado -simbólica e instrumentalmente- por los grupos
humanos. Considerando esta concepción es válido desprender algunas
especificidades del territorio. Se puede individualizar y delimitar a nivel
espacial, tiene fronteras, es producto de la acción del hombre; de esta manera
también se rige como medida de control, por acciones de ordenamiento y por
proyectos de acciones temporales. Retomando a Giménez (2000: 21-22), el
territorio “es una realidad preexistente a la acción del hombre en la dimensión
físico-ambiental”. Se puede conceptualizar a pesar de sus fronteras, pero el
terri