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SONIA COMBONI SALINAS
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JOSÉ MANUEL JUÁREZ NÚÑEZ
La interculturalidad y el diálogo de saberes
Al evidenciar la interacción de dimensiones instrumentales y simbólico-
expresivas, Raffestin (citado por Ellisalde, 2007) 5 sugiere analizar los procesos
territoriales en dos niveles distintos, pero en continua interacción: el de la
acción de las sociedades sobre los soportes materiales de su existencia y el de
los sistemas de representación. En esta concepción, el papel que desempeñan
los actores en relación con sus posibilidades y sus intenciones suele precisar
qué capacidad existe para producir un proyecto y también la organización en
la producción territorial.
Si el territorio es el resultado de la interacción de múltiples componentes
ambientales, sociales, culturales, económicos, e institucionales entre las culturas
en presencia, entonces una mirada desde la variable temporal evidencia su
vinculación con los procesos identitarios, por ser única dicha interacción
en cada contexto. Por tanto, los procesos de construcción identitaria están
vinculados tanto con los componentes simbólicos del territorio como con los
físicos. “El territorio es a la vez producto y productor de procesos y proyectos,
por lo cual la distinción entre los componentes es una estrategia que se utiliza
para comprender el fenómeno” (Raffestin, citado por Elissalde, 2007).
Como Gilberto Giménez señala, el territorio constituye un “espacio de
inscripción” de la cultura y desde este enfoque introduce el concepto de geo-
símbolo: “un lugar, un itinerario, una extensión o un accidente geográfico que
alimenta y conforta su identidad” (Giménez, 2000: 27). Por eso la pertenencia
territorial sería uno de los múltiples elementos a partir de los cuales se construye
la identidad territorial.
Desde la identidad territorial se estructuran procesos en los cuales la
dimensión territorial queda integrada de manera sustancial al simbolismo
compartido por la comunidad. 6 Lo cual permite identificar homogeneidades
relativas en términos de valores y costumbres locales, los vínculos familiares
u otros, la integración y solidaridad hacia la colectividad, el arraigo y el apego.
Siempre sobre la coexistencia de las componentes material y simbólica según Elissalde (2007)
“puesto que las ideas guían las intervenciones humanas sobre el espacio terrestre, los arreglos
territoriales resultan de la ‘semiotización’ de un espacio progresivamente ‘traducido’ y transformado
en territorio. El territorio sería en consecuencia un edificio conceptual que reposa sobre dos pilares
complementarios, frecuentemente presentados como antagónicos en geografía: el material y el
ideal”.
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Desde el punto de vista analítico, las características que permiten identificar dichas formas identitarias
son la relativa homogeneidad de valores y costumbres locales; los vínculos (familiares u otros);
la integración y solidaridad hacia la colectividad. El concepto de homogeneidad introduce a su
vez al de región (Giménez, 2000: 35-39).
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