Agustin Laje y Nicolas Marquez - El Libro Negro de La Nueva Izquierda Agustin Laje y Nicolas Marquez - El Libro Negro de | Page 93
capitalismo en todos los aspectos materiales de la vida que, valga aclararlo, nos sigue
transformando a ritmos cada vez más acelerados. La Revolución Industrial fue hija de
esta nueva forma de organizarnos y pensarnos. En efecto, se crearon incentivos sin
precedentes para que las personas pudieran elevarse económica y socialmente ya no
oprimiendo a los demás, sino sirviéndolos. Y así, los inmensos avances tecnológicos
que desde la consolidación del capitalismo hasta nuestros días la humanidad ha vivido
son fundamentalmente productos de esta lógica. Aunque suene políticamente incorrecto,
nuestro bienestar material parece depender fundamentalmente del egoísmo de los
demás, como ya en el Siglo XVIII lo decía nada menos que Adam Smith.
Sería absurdo ignorar el hecho de que la tecnología ha ayudado a liberar a la
mujer en muchos sentidos. En primer término, compensó la debilidad física de aquélla.
Lo que antes eran trabajos reservados exclusivamente al hombre por razones físicas,
como la construcción, gracias a las cada vez más avanzadas maquinarias se abrió —y
se sigue abriendo— al mundo femenino, pues la tecnología reduce la necesidad física
en el trabajo y, además, crea nuevos tipos de trabajo todo el tiempo y a toda
escala.[259] Hoy no existe prácticamente ningún trabajo basado de manera exclusiva en
la fuerza física. Ya no el cuerpo, sino el conocimiento, ha pasado a ser el factor más
importante de la producción. De ahí que se diga que vivimos en “sociedades del
conocimiento”. La antropóloga Helen Fisher, en su libro El primer sexo[260] (1999),
ha expuesto una interesante idea: la cultura de empresa, en nuestra economía capitalista
globalizada y basada en el conocimiento, pronto va a favorecer incluso más a las
mujeres que a los hombres (de ahí el título de la obra, que invierte el sentido del de la
de Simone de Beauvoir). Hay datos contundentes que parecen validar la tesis de Fisher:
hoy las mujeres viven en promedio diez años más que los hombres, egresan de las
universidades un 33% más que los hombres, controlan el 70% de los gastos de consumo
a escala mundial y —según la revista Fortune— son propietarias del 65% de todos los
bienes nada menos que en Estados Unidos.[261]
Pero la tecnología no sólo ayuda a la mujer en lo que hace a su relevancia
social y laboral, sino que todo tipo de avances, pequeños y grandes, que desde los
inicios del capitalismo hasta nuestros días se han experimentado, han contribuido
también a hacer de su vida cotidiana una vida mucho mejor. El agua potable, la higiene
y la medicina moderna nos ayudaron a bajar sustantivamente la mortalidad infantil y,
así, se redujo el trabajo empleado a la salubridad y cuidado de los hijos. Las bondades
de la maquinaria, asimismo, fueron cambiando el lugar de la propia prole: antes
concebida como un factor elemental de la producción, ahora las mujeres pueden traer
hijos al mundo bajo otros criterios bien distintos. Los biberones y la leche de vaca
pasteurizada primero, y poco más tarde la leche en polvo, los extractores de leche
materna y los congeladores, redujeron con mucho la carga que la madre tenía respecto