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también que en el pueblo Azteca la poligamia estaba reservada exclusivamente a algunos hombres,[255] y en honor a la verdad, los ejemplos no son pocos aunque exceden el espacio naturalmente reducido del que contamos en estas páginas. Pero las exigencias de la propiedad privada y la acumulación de capital han sido en el ser humano un factor fundamental para arremeter contra este esquema relacional. Las mujeres y sus padres —especialmente de estratos materialmente elevados—, celosos de cuidar los propios bienes familiares en los sistemas conyugales —que eran traspasados al marido por regla general—, empezaron a presionar en el sentido de la monogamia, para así evitar que lo propio terminara distribuido y fragmentado entre otras muchas eventuales mujeres que el hombre pudiera tomar. Y vale subrayar: todo esto no como resultado del valor amor —que se vinculará al matrimonio mucho más adelante, como otro importante resultado de la institución del contrato— sino por un primitivo cálculo capitalista. A estas fuerzas materiales deberían sumársele otras de orden espiritual, que vinieron de la mano del cristianismo: “no desear a la mujer ajena”, importante mandamiento cristiano, habla a las claras de una nueva moral que apuntala la monogamia. Es interesante, y del mismo modo afirmativo de lo anterior, lo que ocurre con el mundo feudal. En efecto, es el esquema de propiedad feudal y el primitivo cálculo capitalista que de él deriva, el que dio cabida a nuevos espacios de poder y protagonismo a las mujeres (de la nobleza, claro). En efecto, la lógica de acumulación se enfrentó en muchos casos, bajo esquemas de herencia reservada a los hijos varones, a la posibilidad de perderlo todo si una familia sólo había engendrado mujeres. Así fue que la herencia, por necesidades materiales dadas por el sistema de propiedad vigente, se fue extendiendo en algunos casos a herederas femeninas. Lo mismo ocurrió con el poder político: a falta de hijos varones, se fue haciendo necesaria la extensión de lo que hoy llamaríamos “derechos políticos” a las mujeres para mantener a determinadas familias en el poder. La monarquía de la Casa de Trastámara de Castilla es apenas un ejemplo al respecto. Y el importante rol que las mujeres empezaron a jugar en las cortes es bien conocido: Isabel la Católica, Isabel de Inglaterra, Catalina de Rusia, Cristina de Suecia, esta última claro ejemplo de cómo se transformó el esquema de sucesión masculina del poder a una femenina a partir de la ausencia del hijo varón. Es dable agregar que, contrario a lo que el sentido común sobre la edad medieval nos indica, en ésta se lograron algunos avances si la comparamos con el mundo antiguo y pueblos indígenas: en Inglaterra, el sur de Francia y en la zona centro-europea, se impusieron severas multas y castigos (conocidos como legerwite) al abuso y la violencia sexual contra la mujer, por ejemplo.[256] Pero volviendo a la situación original de la mujer, Ludwig von Mises, uno de