que sostiene el“ régimen patriarcal” y, por añadidura, uno de los blancos más importantes de su cruzada política.
No está entre los objetivos de este libro brindar una teoría acabada sobre los vínculos de la mujer y el capitalismo, pero es nuestro interés esbozar al menos una hipótesis en este breve subcapítulo, que en un futuro puede( debería) ser profundizada.
Hubo un tiempo en el que el poder derivaba fundamentalmente de la fuerza física. La opresión de la mujer, por las condiciones naturales de su cuerpo, no debió haber estado exenta de sinsabores en esos momentos de nuestra especie. Tratada como esclava y como objeto sexual, la autonomía le estaba completamente negada. Ella podía ser obtenida por el macho por concesión, rapto, compra o intercambio, daba igual.[ 250 ] Su estatus de cosa era el mismo. En muchos de los llamados“ pueblos originarios”, paradójicamente idolatrados por la misma izquierda que se dice feminista, la mujer era el objeto preferido de sacrificio a los dioses.[ 251 ] Y es que la diferencia de los cuerpos fue moldeando pautas culturales e instituciones que simplemente consolidaban las relaciones de poder ya existentes, dadas por la asimetría física, sustantiva diferenciación inicial. Es así que resulta imposible pensar un factor de poder anterior a la mismísima naturaleza física, pues todo otro factor original que podamos pensar al margen de aquélla, cae dentro de los dominios de la cultura.
El problema que se nos presenta es, entonces, el de cómo la mujer pudo ir rompiendo las cadenas que su condición física le impuso al comienzo( y una parte muy importante) de la historia. E intuyo que el capitalismo ha tenido mucho que aportarle en este proceso.
Es posible, y puede ir incluso de la mano con las teorías de Engels, que la propiedad privada nos haya liberado de la poligamia en primer término. Pero no de esa poligamia utópica y quimérica( en términos correctos, llamada“ poliadria”), que habría tenido lugar bajo improbables regímenes matriarcales, negados a esta altura por importantes feministas como la propia De Beauvoir y por la evidencia antropológica más reciente.[ 252 ] Es más probable, al revés, que la poligamia haya sido no la cristalización del poderío de la mujer, sino la del varón: tomar cuantas mujeres su fuerza fuera capaz de mantener frente a la competencia de otros hombres, constituía la lógica imperante. El derecho de pernada [ 253 ] europeo, cuyos beneficiarios fueron los señores feudales, viene a confirmar esta hipótesis. En los pueblos precolombinos, igual función tuvo el pacto de los macehualtin.[ 254 ] Muchos pueblos indígenas, como los mapuches o los diaguitas— donde la cantidad de esposas estaba limitada por la posibilidad de mantenerlas apartadas de la ambición de los demás— por mencionar sólo dos ejemplos, pueden dar cuenta a su vez de aquéllo. Es ampliamente sabido