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estudio que nos recuerda al caso del Dr. Money y los gemelos Reimer. En efecto, en aquél se analizan los casos de“ veinticinco niños que habían nacido sin pene( un defecto de nacimiento conocido como extrofia cloacal) y a los que posteriormente se castró y educó como niñas. Todos mostraron unos patrones masculinos, se dedicaban a juegos bruscos y tenían unas actitudes y unos intereses típicamente masculinos. Más de la mitad de ellos declararon espontáneamente que eran niños, uno cuando sólo tenía cinco años”.[ 245 ] Esto tiraría por la borda la posibilidad de que el caso de David Reimer sea una simple excepción o un accidente. Y a ello deberíamos añadir el hecho de que la educación de niños y niñas cada vez difiere menos, si se la analiza de manera histórica.
Hace relativamente poco que existe una rama dentro de la neurociencia denominada“ neurobiología del sexo”, la cual se concentra en dos áreas centrales: la estructura cerebral y la genética. Esta disciplina ha contribuido en mucho también a hacernos ver que la sexualidad es mucho más que cultura: es también naturaleza. Gracias a científicos como el embriólogo Charles Phoenix y otros que han llevado adelante investigaciones al respecto, sabemos por ejemplo que la hormona testosterona juega un rol inexorable en la definición sexual desde mucho antes que la criatura salga del cuerpo de su madre y, por lo tanto, mucho antes de sus primeros contactos culturales:“ Si retiramos los genitales a un embrión genéticamente masculino durante un momento clave del desarrollo embrionario, éste desarrollará genitales femeninos. Es decir, la testosterona actúa como un elemento diferenciador clave en el proceso de individuación biológica sobre una base prenatal donde lo femenino— en ausencia de dicho elemento— predominará”.[ 246 ] Algo similar encontró el neurólogo Simón Le Vay cuando concluyó que una diferencia en los niveles hormonales androgénicos en períodos críticos del desarrollo— como la etapa intrauterina— tiene efectos sustantivos en los rasgos sexuales.[ 247 ] Incluso se han detectado síndromes que afectan la sexualidad del nacido, como el llamado“ síndrome por déficit de 5-alfa reductasa”, siendo esta última una enzima que interactúa con la testosterona para el desarrollo de los genitales. De modo tal que quienes padecen este síndrome, nacen con genitales de apariencia femenina, pero el sexo genético es masculino, con lo cual son criados como mujeres durante su niñez pero al llegar a la adolescencia los niveles de testosterona aumentan drásticamente y estas presuntas niñas empiezan a ver cómo sus cuerpos van tomando forma masculina: voz gruesa, bello facial, mayor musculatura, y su“ clítoris” va aumentando de tamaño hasta tener un aspecto más o menos similar al de un pene. ¿ Podría decirse con seriedad que fue la“ cultura” la que provocó semejantes modificaciones?
No obstante, no es el tema de este libro la neurociencia y la genética; sólo pretendemos en estas breves líneas dar un botón de muestra al lector sobre que, en lo