Agustin Laje y Nicolas Marquez - El Libro Negro de La Nueva Izquierda Agustin Laje y Nicolas Marquez - El Libro Negro de | Page 71
lugar de un significante estable que reclama la aprobación de aquellas a quienes
pretende describir y representar, mujeres (incluso en plural) se ha convertido en un
término problemático, un lugar de refutación, un motivo de angustia”.[180] Sería bueno
interrogarse: ¿De angustia y de refutación para quién? Tal vez para esa conflictuada
minoría que integra el movimiento feminista y queer, pero no mucho más.
Hemos visto que para feministas de la tercera ola como De Beavouir, el género
constituía el lado cultural del dato natural que representaba el sexo. Había pues, aunque
de forma minúscula, una aceptación de las condiciones biológicas del cuerpo humano
(¿No había sido el “origen” de la opresión las condiciones de la reproducción y la
debilidad del cuerpo femenino? ¿Y qué decir de Firestone, donde la función
reproductiva define la “clase social” de la mujer?). Pues para Butler, el sexo “siempre
fue género, con el resultado de que la distinción entre sexo y género no existe como
tal”.[181] Es decir, el sexo es verdaderamente inexistente; es éste también una
construcción del discurso, y el hecho de que asignemos determinada significación a
determinadas características biológicas es un hecho arbitrario que, en todo caso, sirve a
intereses políticos. ¿Pero parece realmente arbitraria la distinción de los sexos a la luz
de las diferencias anatómicas, fisiológicas y funcionales-reproductivas que ambos
presentan? De ninguna forma como se verá con más profundidad luego; en efecto, la
diferencia de los cuerpos y sus funciones constituyen un dato primario para la
categorización del binomio hombre-mujer, que ha sido utilizado a lo largo de todas las
sociedades humanas que ha visto este mundo, en término primero, a la hora de la
división social del trabajo.[182] (Butler pretende rebatir esta realidad postulando el
caso de los hermafroditas; pero ellos son, guste o no, un caso anómalo dentro de la
configuración prototípica humana).
Lo importante para Butler es romper el binarismo que, según ella, la sociedad
heterosexual generó[183]: “La reglamentación binaria de la sexualidad elimina la
multiplicidad subversiva de una sexuali dad que trastoca las hegemonías heterosexual,
reproductiva y médico-jurídica”[184] anota la filósofa siguiendo a su colega Michel
F o uc a ul t —sobre quien Nicolás Márquez profundizará más adelante—,
introduciéndonos al quid de la cuestión: hay que lograr una multiplicidad de géneros
que subvierta el presunto “régimen heterosexual”, para desmantelar ciertas instituciones
sociales que, como vimos, feministas anteriores vincularon al sostenimiento y
reproducción del capitalismo. Así, Butler nos dice que: “Si la sexualidad se construye
culturalmente dentro de relaciones de poder existentes, entonces la pretensión de una
sexualidad normativa que esté ‘antes’, ‘fuera’ o ‘más allá’ del poder es una
imposibilidad cultural y un deseo políticamente impracticable, que posterga la tarea
concreta y contemporánea de proponer alternativas subversivas de la sexualidad y la
identidad dentro de los términos del poder en sí”.[185] Todo ello se desprende, como