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política de “sexualidad libre” que, además de minar la institución familiar había
legalizado el aborto en 1920, había producido un descenso impresionante de la tasa
natalidad: en 1913 dicha tasa era de 45,5%, mientras que en 1950 había bajado a
26,7%.[98]
El caso de las consecuencias sociales que trajo la legalización del aborto en la
URSS es digno de ser subrayado. En efecto, éste se convirtió en “el primero de todos
los medios contraconceptivos”[99] según los datos manejados por los doctores Stern.
Los números documentados son determinantes: de 1922 a 1926 se cuadruplicó el
número de abortos en la URSS, y para 1934 “se registra en Moscú un nacimiento cada
tres abortos, y en el campo, el mismo año, tres abortos por cada dos nacimientos”.[100]
Para 1963, en Moscú, Leningrado y otras ciudades centrales el 80% de las mujeres
embarazadas se sometían a abortos, lo cual demuestra que fue utilizado como método
anticonceptivo.[101] Los citados doctores contaron que “al cabo de un cierto número
de abortos, [a las mujeres] les basta con una fórmula muy extendida: beberse un vaso de
vodka, tomar un baño muy caliente y ponerse a dar saltos hasta expulsar el feto. Tuve
que cuidar de una mujer que había sufrido veintidós abortos. En estas mujeres, los
reiterados abortos debilitan los músculos del útero que corren el riesgo de perder el
feto con solo andar”.[102]
La verdad fue que la propaganda comunista sobre la virtud de la familia rusa,
que el stalinismo había creado, nunca dejó de ser eso mismo: pura propaganda. La
institución familiar estaba destrozada, el “jefe de familia” no era más que una
caricatura del macho soviético y la esposa, que se pretendía valiente heroína socialista
en el relato del régimen, no era más que una indefensa mujer que debía tolerar los
agravios y golpizas de su marido. Una edición de la revista soviética La gaceta
literaria de 1977 recogía columnas de mujeres que comentaban su relación conyugal:
“La misma idea del ‘hombre en casa’ ha perdido su más alta significación. El hombre
en casa, o bien es un niño caprichoso que nunca está contento, o bien es un ‘león
rugiente’ que maltrata a su mujer por minucias”.[103] Una encuesta realizada en 1970
da cuenta de que el 74% de las familias estudiadas se habían acostumbrado a las
querellas y los conflictos sistemáticos.[104]
Es dable recordar que, según los postulados teóricos del feminismo de base
marxista, todos los problemas de la mujer se reducían a una variable claramente
identificada: la existencia de la propiedad privada. Anulada ésta, pues, cabría esperar
la “liberación de la mujer” con la que mintió sistemáticamente la Unión Soviética. Pero
cuesta encontrar dicha liberación entre los datos que hasta aquí hemos ido
mencionando. El mito del buen salvaje se mostró como lo que es: una falacia.