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derecho a elegir mujeres inscritas en la oficina, sin siquiera necesitar el asentimiento de estas últimas. Los hijos que sean fruto de este tipo de cohabitación se convertirá en propiedad de la república”.[91] Estos delirios de “comunismo sexual” incluían marchas de la desnudez, “ligas de amor libre”, proyectos de instalación de cabinas públicas para tener relaciones sexuales, entre otras ideas cuyo trasfondo era el más sórdido materialismo que reducía la experiencia del amor a una necesidad fisiológica más que, como tal, el Estado debía atender y planificar. Tan así era, que el célebre periódico soviético Pravda publicó en su edición del 7 de mayo de 1925 un artículo que, entre otras cosas, decía: “Los estudiantes desconfían de las jóvenes comunistas que se niegan a acostarse con ellos. Las consideran como pequeño-burguesas retrasadas que no han sabido liberarse de los prejuicios de la antigua sociedad. Existe una opinión según la cual no sólo la abstinencia, sino también la maternidad, proceden de una ideología burguesa”. La “mujer liberada” soviética no era, pues, otra cosa que el conducto a través del cual el hombre satisfacía sus necesidades materiales. Y cuando aquélla no se prestaba a tal cosa, su negativa era leída, como no podía ser de otra manera, en términos de “lucha de clases”. En una carta publicada en la misma edición de Pravda, una mujer soviética escribía: “Otro comunista, marido de mi amiga, me propuso que me acostara con él una sola noche, so pretexto de que su mujer, indispuesta, no podía satisfacerle de momento. Cuando me negué, me trató de burguesa estúpida, incapaz de elevarme a la altura de la mentalidad comunista”. Toda la vida sexual estaba reducida a los dictados del materialismo dialéctico y, por lo tanto, completamente ideologizada. El sexo, algo tan íntimo y personal, se colectivizaba y pasaba a depender de las lecturas clasistas que se constituyeron como una suerte de religión oficial. Un folleto de la época editado por el Instituto Comunista Yákov Svérdlov en 1924, titulado La revolución y la juventud, basado en el trabajo teórico de los pedagogos soviéticos Macárenco y Zálkind, decía cosas como las que siguen: “La única vida sexual que resulta tolerable es la que lleva la plenitud de los sentimientos colectivistas. (…) La elección sexual debe responder a criterios de clase, debe ajustarse a los objetivos revolucionarios y proletarios (…). La clase tiene derecho a intervenir en la vida sexual de sus miembros. (…) Sentir atracción sexual por un ser que pertenezca a una clase diferente, hostil y moralmente ajena, es una perversión de índole similar a la atracción sexual que se puede sentir por un cocodrilo o un orangután”. Algo similar pensaba Lenin, quien en una carta a su amiga platónica Inessa Armand declaraba: “Por lo que atañe al amor, todo el problema reside en la lógica objetiva de las relaciones de clase”.