Agustin Laje y Nicolas Marquez - El Libro Negro de La Nueva Izquierda Agustin Laje y Nicolas Marquez - El Libro Negro de | Page 43

del hogar, y como amas de casa dentro de aquél.“ El capitalismo ha cargado sobre los hombros de la mujer trabajadora un peso que la aplasta; la ha convertido en obrera, sin aliviarla de sus cuidados de ama de casa y madre”.[ 83 ]
Kollontay entiende que el deber del comunismo no consiste en devolver a la mujer a su hogar, sino en despojarla de las obligaciones domésticas. En este orden de ideas, la feminista soviética predice:“ En la Sociedad Comunista del mañana, estos trabajos [ domésticos ] serán realizados por una categoría especial de mujer trabajadora dedicada únicamente a estas ocupaciones”.[ 84 ] Un sistema de planificación central es, por supuesto, la forma de implementar este esquema; esto es, una sociedad en la cual no el orden espontáneo que se genera en el mercado, sino el orden deliberado que una autoridad totalizadora imponga, regirá las vidas de las personas hasta en sus más minúsculos detalles.
Es interesante repasar las promesas que Kollontay hace en su escrito respecto de lo que la sociedad comunista puede brindar a las mujeres. Veamos algunas de ellas:“ En una Sociedad Comunista la mujer trabajadora no tendrá que pasar sus escasas horas de descanso en la cocina, porque en la Sociedad Comunista existirán restaurantes públicos”;[ 85 ]“ La mujer trabajadora no tendrá que ahogarse en un océano de porquería ni estropearse la vista remendando y cosiendo la ropa por las noches. No tendrá más que llevarla cada semana a los lavaderos centrales para ir a buscarla después lavada y planchada”[ 86 ];“ La Patria comunista alimentará, criará y educará al niño”;[ 87 ] etcétera.
Lo curioso del caso es que muchas de las profecías de Kollontay se cumplieron, pero no bajo el comunismo sino bajo el tan odiado capitalismo. Fue con el triunfo de éste sobre aquél a fines del Siglo XX, con la revolución tecnológica acontecida y el veloz abaratamiento de las herramientas domésticas, que se emancipó la mujer de un sinfín de tareas: hoy aquélla puede lavar y secar su ropa sin siquiera mojar sus manos; puede cocinar diversos platos con sólo agregar un poco de agua a alimentos industrializados; acto seguido puede lavar la vajilla sucia con tal sólo introducirla en un lavavajillas automático y apretar un par de botones; puede limpiar las alfombras de su casa con sólo enchufar una aspiradora, y quitar las manchas más difíciles de cualquier superficie con sólo aplicar un poco del producto adecuado. Y lo mejor de todo es que todas estas tareas han dejado, con el transcurrir del capitalismo, de ser automáticamente asignadas a las mujeres, sino que también los hombres se han empezado a hacer cargo de los quehaceres domésticos. En efecto, cada vez extraña menos ver a un hombre cocinar para su familia, o limpiar el baño de su hogar, o lavar la ropa de sus hijos, lo cual es de suyo un importante avance moral que ha podido darse, entre otras cosas, gracias al avance tecnológico antedicho que relajó la rigidez