Agustin Laje y Nicolas Marquez - El Libro Negro de La Nueva Izquierda Agustin Laje y Nicolas Marquez - El Libro Negro de | Page 42
de este feminismo marxista en comparación con el feminismo liberal repasado más
arriba? Pues que el feminismo liberal entendía que era posible resolver los problemas
que él mismo planteaba introduciendo reformas electorales y educativas[79] (fue, de
hecho, lo que John Stuart Mill intentó personalmente desde su banca), pero el marxista
sólo puede resolver la cuestión con arreglo a una revolución violenta que acabe con la
propiedad privada y con la familia como institución social, pues aquí se halla el germen
del mal: “La liberación de la mujer exige, como condición primera, la reincorporación
de todo el sexo femenino a la industria social, lo que a su vez requiere que se suprima
la familia individual como unidad económica de la sociedad”[80] concluye Engels.[81]
Esto es lo que se intentará, precisamente, en la Unión Soviética tras el triunfo
revolucionario del bolcheviquismo como luego veremos con más profundidad. León
Trotsky, padre del Ejército Rojo[82], ya declaraba en Escritos sobre la cuestión
femenina, en clara sintonía con Engels, que “cambiar de raíz la situación de la mujer no
será posible hasta que no cambien todas las condiciones de la vida social y doméstica”.
¿Y qué significa “cambiar de raíz…”? Pues un eufemismo para decir de otra forma lo
que Marx anotó claramente en sus Tesis sobre Feuerbach (tesis IV): “Si el origen de la
familia celestial no es más que la prefiguración de la misma familia terrena humana, es
a ésta a la que hay que destruir”.
Lo cierto es que la estrategia consistente en hegemonizar las demandas
femeninas por parte de los movimientos del proletariado, establecida por el propio
Engels, se puso en práctica incluso antes de la revolución. En Mis recuerdos de Lenin ,
la marxista alemana Clara Zetkin cuenta que: “El camarada Lenin habló conmigo
repetidas veces acerca de la cuestión femenina. Efectivamente, atribuía al movimiento
femenino una gran importancia, como parte esencial del movimiento de masas, del que,
en determinadas condiciones, puede ser una parte decisiva”. El panfleto “A las obreras
de Kiev”, lanzado dos años antes de la revolución de Octubre por los bolcheviques,
vincula el problema de la mujer con el problema obrero: “En la fábrica, en el taller,
ella trabaja para un empresario capitalista, en la casa lo hace para la familia. Miles de
mujeres venden su fuerza de trabajo al capital; miles de esclavos alquilan su trabajo;
miles y cientos de miles sufren el yugo de la familia y la opresión social. (…)
¡Camaradas trabajadoras! Los compañeros trabajan duro junto a nosotras. Su destino y
el nuestro es el mismo”. ¿Puede ser más clara la estrategia hegemónica?
Aleksandra Mijaylovna Kollontay fue una de las feministas soviéticas más
reconocidas. Uno de sus escritos más famosos es El comunismo y la familia, publicado
en 1921, donde retoma el mito engelsiano del paraíso matriarcal original, que resulta
diezmado por la aparición de la propiedad privada y que, con el desarrollo del
capitalismo, las mujeres pasan a ser doblemente oprimidas: como trabajadoras fuera