Agustin Laje y Nicolas Marquez - El Libro Negro de La Nueva Izquierda Agustin Laje y Nicolas Marquez - El Libro Negro de | Page 195

propagándose de forma soterrada por Estados Unidos”[597]. Tanto por lo expuesto como por muchos otros motivos, no es casual que un estudio publicado en la revista médica de la Universidad de Navarra en 1997 sostuvo que los homosexuales varones presentaban una esperanza de vida equivalente a la existente en 1871[598], en tanto que otro trabajo de origen canadiense proveniente de fuentes del mismísimo lobby homosexualista (elaborado por la junta médica Rainbow Health) nos dice que en promedio, la esperanza de vida de un sodomita es 20 años menor que la de un heterosexual[599], mientras que en otros países la diferencia se tornaría aún más alarmante: en la convención anual de la Eastern Psychological Association (EPA) de Estados Unidos (2007), se indicó que en Dinamarca, el país con la más larga historia en cuanto al "matrimonio" homosexual, los hombres heterosexuales casados morían a la edad promedio de 74 años, mientras que los homosexuales varones "casados" lo hicieron a la edad promedio de 51 años. En tanto que en Noruega, los heterosexuales casados morían a los 77 en promedio; mientras que los homosexuales morían a los 52. En el caso de las mujeres la diferencia es similar: las casadas morían en promedio a los 78, mientras que las lesbianas en unión homosexual legal lo hacían a los 56, conforme los estudios presentados por los conocidos doctores Paul y Kirk Cameron[600]. A lo expuesto, cabría agregar que cuánto más visiblemente acentuada tenga una persona su conducta homosexual, menos expectativa de vida tendría. Por ejemplo, mientras en Argentina la expectativa es de 76 años de edad[601], los homosexuales en su versión transexual no llegan a los 35 años[602]: mucho menos de la mitad del promedio vital. ¿Por qué razón se genera esta apabullante desproporción en toda estadística científica que se consulte si es “tan válida” una tendencia como la otra? Simple: un vínculo es contrario a la naturaleza y el otro es conforme con ella. Vale decir: uno es propenso a generar enfermedades y el otro a generar vida. ¿Suena “discriminativa” nuestra conclusión? En todo caso no discriminamos nosotros sino la naturaleza. Por lo demás, poco nos importa si lo que decimos suena bien o mal a los oídos o a los ojos del correctivismo político vigente. Nuestra conclusión no surge de ningún prejuicioso “dogma preconciliar” sino de los datos estadísticos arrojados por las fuentes de organismos internacionales, instituciones oficiales o gubernamentales y estudios científicos privados de sobrada reputación. De ahí en más, cada cual es libre de sacar las deducciones que crea conveniente. Asimismo, cabe agregar que este deliberado espíritu autodestructivo de la práctica homosexual tiene dos facetas bien nítidas y diferenciadas. Por un lado, es