Agustin Laje y Nicolas Marquez - El Libro Negro de La Nueva Izquierda Agustin Laje y Nicolas Marquez - El Libro Negro de | Page 161
Como la evidencia científica está muy por encima de las charlatanerías
progresistas, a la postre los grupos feministas y las organizaciones que dicen defender
los Derechos Humanos (pero que bregan por matar al niño) acaban abrevando en
argumentaciones de tipo sentimental con la sucesiva fabricación de histori as de vida
traumáticas que —según lamentan sus acongojados cronistas— habría padecido la
madre encinta y así, justificar a modo de “mal menor” el pretendido crimen del niño:
“La madre es pobre y encima ya tiene otros tres hijos que mantener: uno de dos años,
uno de cuatro y otro de seis. Obligarla a tener otro hijo no querido es un acto de
insensibilidad”. O sea que en vez de ayudar a rescatar a la mujer de la pobreza, lo que
proponen sus voceros es matar al niño por nacer a los fines ahorrativos. Pues bien,
como es de sobra sabido que la economía no es el fuerte de los filósofos del
progresismo, nosotros que estamos a la derecha y solemos ser más entendidos en la
materia, le sugerimos a estos buenos muchachos una oferta superadora y más barata:
matemos al hijo más grande (el de seis años en este caso) que es el que naturalmente
genera más gastos y preservemos al menor en gestación, dado que por el momento es
este último el más barato de mantener. Pero al margen de estas decisiones relativas a la
economía familiar, vale agregar que el aborto no es un problema de clase social: se
practique por mujeres ricas o pobres, se haga clandestinamente o bajo la protección del
Estado, se consume sin medios o con la más sofisticada tecnología, no deja de ser
siempre el mismo homicidio contra la vida de un inocente indefenso. Todo lo demás es
parte de un anecdotario subalterno que nos distrae del verdadero debate: nadie pretende
obligar a la madre a tener un hijo no querido, pero ocurre que “el hijo no querido” ella
ya lo tiene consigo, no es algo de existencia potencial sino actual.
Otro argumento sensiblero en el que echan manos los filicidas, es el relativo a
la posibilidad de que el bebé no nacido padezca alguna enfermedad o malformación. O
sea que el feminismo neomarxista nos dice hora que si el menor padece alguna
discapacidad habría que matarlo, tal como se hacía siete Siglos antes de Cristo en el
rígido y militarista Estado de Esparta. O como se hacía, asimismo, bajo las leyes
eugenésicas del nacional-socialismo que ordenaban el exterminio de los nacidos
discapacitados y malformados. Pues bien, más allá de que nosotros consideramos que
la solución en este caso no sería matar al niño sino asistirlo médicamente ante su
eventual malformación o disfunción, nos interesa el siguiente testimonio brindado por el
reconocido constitucionalista brasileño Celso Bastos: “Participé de una discusión en la
que un médico, dueño de diversas clínicas, defendía el aborto. Él decía que con un
aparato de ultrasonidos, se puede conocer con un 80% de certeza si el feto sufre
mongolismo, en cuyo caso podría ser abortado. Entonces le pregunté. Ya que admitía un
20% de inseguridad: ¿por qué no dejar nacer a la criatura y matarla después? Entonces
tendríamos un 100% de certeza”[475].