Agustin Laje y Nicolas Marquez - El Libro Negro de La Nueva Izquierda Agustin Laje y Nicolas Marquez - El Libro Negro de | Page 160
de consumo” a la que se oponen sus bullangueras y andrajosas militantes de base
territorial.
Los métodos de “salud reproductiva” favoritos del derecho-humanismo
Los métodos para matar al niño en el vientre materno son muchos y variados —
al menos media docena de procedimientos conocidos son los que se aplican[474]—,
pero dos son los mecanismos por antonomasia y los más usuales al respecto, los cuales
explicaremos muy brevemente.
El primero es el de la “succión”, el cual consiste en introducir en la vagina
materna una suerte de tubo con un potencial veintinueve veces más poderoso que el de
una aspiradora, el cual succiona al bebé desguazando sus miembros, desintegrándolo
progresivamente y transformándolo finalmente en un suerte de puré sanguinoliento, el
cual es depositado en un recipiente.
Pero si la criatura lleva entre 3 y 9 meses de gestación, entonces por su
desarrollo físico ya no alcanza con reventarlo con la succión sino que para tal fin se
necesitan armas de destrucción complementarias. Luego, es de uso habitual lo que se
conoce como la “dilatación y evacuación”. Mediante esta última técnica, el cuello del
útero es ampliamente dilatado y como los huesos del niño ya están calcificados,
previamente se introduce una tenaza para arrancarle sus brazos y piernas, luego al niño
se le destroza la columna vertebral y finalmente se le aplasta el cráneo por completo.
Una vez destruido el bebé por entero, los desechos ya están listos para la
posterior succión. Una vez que se extraen los pedazos del menor descuartizado, por las
dudas el abortista tiene que armar de nuevo el cuerpecito completo, para asegurarse de
que no se haya quedado nada dentro del útero de la madre, de lo contrario ésta podría
sufrir alguna infección.
Una vez garantizada la reconstrucción del cadáver, los desechos del niño ya
están listos para ser arrojados a la basura (si es que no se extraen sus órganos para
traficarlos).
El sentimentalismo abortista