Agustin Laje y Nicolas Marquez - El Libro Negro de La Nueva Izquierda Agustin Laje y Nicolas Marquez - El Libro Negro de | Page 152
Pero volvamos al punto. Aunque engendrar o adoptar un niño trae una
satisfacción legítima a los padres, dicha satisfacción no es la finalidad última de la
adopción o procreación, sino la de brindarle al menor un bienestar material, afectivo y
moral. Vale decir, los genuinos intereses de los padres se subordinan a los del niño y
por ende, mal podrían los menores ser disputados como una suerte de trofeos de una
escatológica confederación: El Niño. Qué sucedió cuando mi enamorado y yo
decidimos embarazarnos fue el título del libro publicado por el mediático periodista
homosexual norteamericano Dan Savage[461], en el cual narró en primera persona
cuáles fueron las motivaciones que lo llevaron a adoptar una criatura: “Tener niños ya
no es cuestión de propagar la especie (…) es algo para los adultos, un pasatiempo, un
hobby. Así que, ¿por qué no tener chicos? Los homosexuales también necesitan
hobbies… he hecho travestismo. Me he travestido de Barbie, de dominadora, de monja
y de glamorosa. Ahora voy a travestirme de papá”[462].
La adopción es una institución que existe para acoger a un niño que ha sido
privado de su familia, y por ende se pretende darle a la criatura un ámbito lo más
adecuado posible para su desarrollo, vale decir que la adopción intenta replicar el
ámbito afectivo y vincular de lo que perdió el niño, cosa que difícilmente podría
ocurrir en el caso de ser éste adoptado por “matrimonios” sodomíticos, los cuales son
frecuentemente formados en una atmósfera artificial y surrealista en donde los roles
naturales están desdibujados y para colmo de males, los homosexuales suelen tener
amigos y contactos pertenecientes a su propio clan, ante lo cual el niño crecería y se
educaría en un cerrado microclima signado por la extravagancia, la promiscuidad y la
confusión.
“¿Habiendo tantos niños desamparados no es acaso preferible que sean
adoptados por dos homosexuales antes de que prosigan en ese estado abandono?”,
suelen preguntar punzantemente los defensores de este experimento. Pero esa es una
falsa disyuntiva, dado que el dilema no es por caso que si los niños de la calle tienen
hambre entonces es aconsejable que salgan a robar: lo ideal es que no padezcan hambre
ni que estén en la calle. Dicho de otro modo, si hay menores en desamparo, lo que hay
que procurar es que sean adoptados por una familia normal dado que el ideal debe
mantenerse, puesto que los valores no valen porque solucionan un problema fortuito o
pasajero sino porque per se y universalmente son valores objetivamente buenos y
fecundos. A lo que cabe añadir el dato no menor de que es mucho más alta la demanda
de padres que quieren adoptar niños que la cantidad de hijos en posibilidad de
adopción (otro argumento que tira por la borda esta falsa disyuntiva). Prueba de esto
último es que muchos padres con vocación de adoptar, al sentirse cansados por tanta
espera y burocracia, deciden tramitar en el exterior, algo que se hizo muy visible tras el
brutal terremoto en el 2010 en Haití[463], cuando muchos pretensos que estaban