Agustin Laje y Nicolas Marquez - El Libro Negro de La Nueva Izquierda Agustin Laje y Nicolas Marquez - El Libro Negro de | Page 138

mecanismo de acción psicológica, sostenía Plinio que “un anticomunista fogoso puede ser ‘trasbordado’ a un anticomunismo adepto exclusivamente a las contemporizaciones, a las concesiones y a los retrocesos”[423], agregando que el objetivo es “el de debilitar en los no comunistas la resistencia al comunismo, inspirándoles un ánimo propenso a la condescendencia, a la simpatía, a la no resistencia, y hasta al entreguismo. En casos extremos, la distorsión llegaba hasta el punto de transformar a los no comunistas en comunistas”. Por ende los comunistas “esperan mayores resultados de la propaganda que de la fuerza”[424], dado que “ya no es más de los partidos comunistas existentes en los países libres, sino de la técnica de la persuasión implícita, que el comunismo espera la conquista de la opinión pública”[425]. Más aún, decía Plinio que cuanto menos emparentado esté el eventual comunicador con el comunismo, mayor penetración tendrá su mensaje en las masas. No es casualidad entonces que la “ideología del género” esté hoy siendo apoyada por tantos voceros desideologizados o semicultos, frecuentemente pertenecientes al mundo de la farándula, del deporte o del periodismo panelístico: “El partido comunista no puede mostrarse. Debe escoger agentes de apariencia no comunista, o hasta anticomunistas, que actúen en los más diversos sectores del cuerpo social. Cuanto más insospechables de comunismo parecieren, tanto más eficaces será”[426], concluía con impecable certeza Correa de Oliveira. Luego, con este consenso comunicacional hegemonizado y con las bases de este “diálogo” sedimentadas, los sofistas de la subversión cultural comienzan a jugar con las palabras cuyo significado ha sido previamente manipulado, enfatizando aquellas que serían funcionales a su causa y quitando las que podrían resultarles inconvenientes. Es por ello que hace tiempo vienen erradicando por “reaccionaria y arcaica” la denominación binaria “hombre-mujer” y en sentido contrario, multiplicaron sus consignas con la sigla “GLBT” (visualmente acompañadas por pabellones multicolores) correspondiente a “Gays” (homosexuales varones), Lesbianas (homosexuales mujeres), “Bisexuales” (personas que practican actividad venérea con personas de ambos sexos alternadamente) y según el caso, la letra “T” se corresponde con “Travestis”, “Transgenéricos”, “Transexuales” y elementos afines, cuyos significados terminológicos se encuentran en “plena evolución” según informan sus glamorosos catequistas. Tanto es así que los grupos LGTB en sus comunicados han llegado a catalogar un total de 23 “identidades sexuales” (“agenéricos”, “pansexuales”, “intersexuales” y muchas otras ocurrencias) y con esta flexibilidad, se pretende licuar todo paradigma sexual instaurando un verdadero desconcierto discursivo en el cual se diluye cualquier criterio rector y se procura ir arrastrando sutilmente al desprevenido interlocutor hacia su causa o al menos, a ser indiferente ante ella. En esta inteligencia, uno de los principales triunfos filológicos conseguidos por