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Capítulo 3: La batalla psico-política
Por Nicolás Márquez
El diálogo como trampa de persuasión
Si hay alguna herramienta utilizada por estos sectores a la hora de forjar el
desconcierto y ganar terreno en esta batalla psico-política, es justamente la del
lenguaje. Para tal fin, estos lobbystas no han escatimado en manosear el idioma y el
sentido de las palabras, para luego acudir no sólo a su embestida propagandística sino
también a la amable quimera del “diálogo” como herramienta de “persuasión
civilizada”: “No hay dicotomía entre diálogo y acción revolucionaria. No hay una etapa
para el diálogo y otra para la revolución. Al contrario, el diálogo es la esencia misma
de la acción revolucionaria”[420] sostenía el agente marxista Paulo Freyre, pedagogo
brasileño oriundo de Pernambuco (suerte de Antonio Gramsci tercermundista), quien
tanto influyó con su famosa obra Pedagogía del oprimido publicada en 1968. Pero tres
años antes y con notable vocación visionaria, otro brasileño nacido en San Pablo y
pensando desde las antípodas ideológicas de Freyre, ya venía denunciando la incipiente
trampa “dialoguista” desde su libro Trasbordo ideológico inadvertido y diálogo
(1965): nos referimos a Plinio Correa de Oliveira. Es en esta imprescriptible obra
donde este avezado intelectual de derecha advertía que desde la técnica del diálogo las
palabras “ecumenismo”, “diversidad”, “pacifismo” y afines, serían las que de ahora en
más acuñaría la estrategia comunicacional revolucionaria para engañar a la población y
de esta forma “trasbordar ideológicamente” al interlocutor no izquierdista. Estos
vocablos especialmente seleccionados eran denominados por Plinio como “Palabra-
talismán” y según el autor “Se trata de palabras cuyo sentido legítimo es simpático y a
veces hasta noble”[421], motivo por el cual “los conferencistas, oradores o escritores
que emplean tales palabras, por ese sólo hecho ven aumentadas sus posibilidades de
buena acogida en la prensa, en la radio y en la televisión. Es este el motivo por el cual
el radioescucha, el telespectador, el lector de diarios o revistas encontrará utilizadas
esas palabras a todo propósito, que repercutirán cada vez más a fondo en su alma” y
ante ello, los comunicadores tendrán “la tentación de usarla con creciente frecuencia y
así lograrán hacerse aplaudir más fácilmente. Y, para multiplicar las oportunidades de
usar tal palabra, la van utilizando en sentidos analógicos sucesivamente más audaces, a
los cuales su elasticidad natural se presta casi hasta el absurdo”[422]. Con este