Agustin Laje y Nicolas Marquez - El Libro Negro de La Nueva Izquierda Agustin Laje y Nicolas Marquez - El Libro Negro de | Page 133
son iguales pero que hay una “superestructura moral” impuesta por el capitalismo
heterosexista que la subyuga y estigmatiza: “Ninguna civilización fundada
exclusivamente sobre la dominación por la fuerza de un modo sexual sobre todos los
demás podrá subsistir mucho tiempo: el derrumbamiento de las creencias religiosas
necesita nuevas barreras morales interiores”[407] afirma. Y parangonando a la cultura
homosexual con el igualitarismo marxista en contraposición a la sociedad “jerárquica”
(o sea la capitalista y heterosexual), el rebuscado francés anota: “Sin hijos (…) La
producción homosexual se hace sobre el modo de la relación horizontal no limitativa,
la reproducción heterosexual sobre el modo de la sucesión jerárquica”[408],
refiriendo así a la “autoritaria” sucesión vertical/dominante padre-hijo.
¿Y cómo visualiza Guy Hocquenghem su pretendida transición de un marxismo
tradicionalmente “homofóbico” a un posterior “marxismo-amariconado” como el que él
propone? Pues ya con poca originalidad el autor sostiene que no basta con que la
revolución se forje en torno a un conflicto fundado en las relaciones económicas entre
clases sociales —como en el caso de una revolución comunista clásica con un
proletariado triunfante por sobre las “clases propietarias”—, sino que la revolución
que él anhela tendría que dar un paso más y debería ser no consecue ncia de un conflicto
entre clases económicas sino fundamentalmente entre “clases culturales”: o sea, una
insurgencia de subculturas (como la homosexual) que se rebelan a la cultura oficial
(que sería la heterosexual). ¿Y por qué tamaña readaptación del objetivo
revolucionario? Pues porque si bien con una revolución tradicional el proletariado se
impondría a la “clase dominante” cambiando la relación de fuerzas económicas, en ella
habría tan sólo un traspaso de bienes materiales pero no se cambiaría la mentalidad
obrera, dado que esta última seguiría estando fuertemente influida por los “prejuicios
burgueses”. En cambio, con esta nueva propuesta revolucionaria que Hocquenghem
difunde, el cambio de paradigmas sería no sólo económico sino fundamentalmente
cultural: “No solo se necesita un nuevo modelo revolucionario, sino un replanteamiento
de los contenidos vinculados tradicionalmente al término de revolución”, por lo que el
autor se queja de la existencia de “un proletariado viril, basto y que se hace el
arrogante” y entonces, por muy revolucionarios que sean estos obreros varoniles, al
estar contaminados por la “cultura heterosexual” la revolución se tornaría insuficiente:
“La burguesía engendra la revolución proletaria, pero define ella misma el conjunto del
marco en el que se desarrolla el combate”, ante lo cual se propone “añadir a la lucha
política y económica una lucha cultural y sexual”[409].
Pero Hocquenghem no predicó en el desierto y si bien su desaforada vida sexual
lo llevó a morir de SIDA en 1988 (a los 42 años de edad), también supo dejar
numerosos discípulos con predicamento vigente, tal el caso del recalcitrante escritor
homosexualista Jacobo Schifter Sikora[410], un activo costarricense que en su libro