Agustin Laje y Nicolas Marquez - El Libro Negro de La Nueva Izquierda Agustin Laje y Nicolas Marquez - El Libro Negro de | Page 131
apenas comenzó a pesar en el siglo XVII (en la época, digamos, de la formación
de las sociedades capitalistas), pero que anteriormente todo el mundo podía decir
cualquier cosa acerca de ella. ¡Tal vez! Quizás fuera así en la Edad Media, quizás la
libertad de enunciación de la sexualidad era mucho más grande en ella que en los siglos
XVIII o XIX. (...) Miren lo que pasa ahora. Por un lado, tenemos en nuestros días toda
una serie de procedimientos institucionalizados de confesión de la sexualidad: la
psiquiatría, el psicoanálisis, la sexología”[400]. Pero siete años más tarde, en 1982,
cuando la salud de Foucault era carcomida por el SIDA, fue él mismo quien sostuvo
exactamente lo contrario de lo que predicó siempre, dejando en ridículo a sus fans: “Lo
que llamamos moral sexual cristiana, e incluso judeocristiana, es un mito. Basta con
consultar los documentos: esa famosa moral que localiza las relaciones sexuales en el
matrimonio, que condena el adulterio y cualquier conducta no procreadora y no
matrimonial, se construyó mucho antes del cristianismo. Todas estas formulaciones se
encuentran en los textos estoicos, pitagóricos, y son ya tan ‘cristianas’ que los
cristianos las retoman tal cual llegan hasta ellos”[401].
O sea que poco antes de morir, Foucault no sólo renegó de su historicismo de
bolsillo reconociendo que el ideal heterosexual no era “un invento moderno”, sino que
con su ejemplo personal también contradijo su tesis respecto de sus demonizadas
“instituciones disciplinarias”: terminó sus días agonizando en un hospital y rodeado de
médicos, institución y agentes que él siempre despreció y trató con desdén en sus obras
más emblemáticas (tanto en El nacimiento de la clínica. Una arqueología de la mirada
médica —1963— como en su posterior trabajo La microfísica del poder —1977—). Y
si bien él gustaba discursear contra el “prejuicio y el estigma”, cuando se enteró que
padecía SIDA mantuvo un discretísimo silencio y le ordenó a sus amigos y familiares
ocultar tan infamante etiqueta.
A pesar de que la militancia homosexualista siempre toma a Foucault como su
referencia intelectual por antonomasia, al parecer no es tanto lo que este hizo
explícitamente por ella, puesto que estando de visita en la ciudad estadounidense de
San Francisco —la que frecuentaba arropado en cuero en busca de “machotes
golpeadores” que lo penetraran sexualmente en baños públicos mediante violentas
sesiones sadomasoquistas—, mantuvo una breve conversación con un joven homosexual
que se le acercó para agradecerle por todo lo que él habría hecho por el “movimiento
gay”, y el traumado Foucault contestó: “Mi obra, verdaderamente, no tiene la menor
relación con la liberación gay”. Y añadió: “En realidad me gustaba la situación antes
de la liberación gay cuando todo era más disimulado. Era como una comunidad
subterránea, excitante y algo peligrosa. La amistad significaba mucho, suponía mucha
confianza, nos protegíamos unos a otros, nos vinculábamos mediante códigos
secretos”[402].