Agustin Laje y Nicolas Marquez - El Libro Negro de La Nueva Izquierda Agustin Laje y Nicolas Marquez - El Libro Negro de | Page 130

Pero Foucault no se quedó atrás en su pretensión “liberadora”, sino que propuso adoptar varones para poder llevarlos a vivir consigo y mantener así una “relación enriquecedora”: “Vivimos en un mundo relacional que las instituciones han empobrecido considerablemente. La sociedad y las instituciones que constituyen su armazón han limitado la posibilidad de entablar relaciones, porque un mundo relacional rico sería en extremo complicado de manejar. Debemos pelear contra ese empobrecimiento del tejido relacional. Debemos lograr que se reconozcan relaciones de coexistencia provisoria, de adopción”, y entonces, el entrevistador Gilles Barbedette, siguiendo la lógica del razonamiento de Foucault preguntó: “DB— [adopción] ¿De niños? MF— O —¿por qué no?— la de un adulto por otro. ¿Por qué no adoptaría a un amigo diez años menor que yo? ¿E incluso diez años más grande? (…) deberíamos tratar de imaginar y crear un nuevo derecho relacional que permitiera la existencia de todos los tipos posibles de relaciones”[396]. Como buen “izquierdista infantil” —arquetípicamente ridiculizado por Lenin— Foucault bramaba contra el orden vigente sin proponer jamás una salida superadora a lo que él tanto se quejaba, y cuando se le preguntaba qué futuro imaginaba o anhelaba para la humanidad, él se entusiasmaba con un mundo signado por las orgías y los alucinógenos: “Es posible que el perfil aproximado de una sociedad futura sea proporcionado por las recientes experiencias con drogas, sexo, comunas”[397]. Le asiste la razón al pensador Plinio Correa de Oliveira cuando sentenciaba: “Si el comunismo no es nada en cuanto fuerza de construcción, es algo como fuerza de destrucción”[398], y Foucault encuadraba y cumplimentaba de manera perfecta esta función destructiva. Y así como resulta asombroso advertir el desconocimiento que de la historia padecía Foucault (aunque sospechamos que alteraba variables ex profeso), sus acríticos seguidores aceptan a libro cerrado los postulados de su conflictuado patriarca y entonces creen que antes de la llegada del capitalismo, la homosexualidad era admitida con alegría y desprejuicio, pero que el advenimiento de éste conspiró para demonizar estas tendencias y se pergeñó así una “cruel conjura heterosexista”. Sin dudas, estas endebles afirmaciones no son otra cosa más que una repetición de lo que ya había “determinado” Foucault en sus escritos más antiguos: en 1964 en su obra Historia de la locura en la época clásica anotó que “La homosexualidad, a la que el Renacimiento había dado libertad de expresión, en adelante entrará en el silencio, y pasará al lado de la prohibición, heredando viejas condenaciones de una sodomía en adelante desacralizada”[399], y casi una década después, en 1975 reforzó la idea en su trabajo “Los Anormales”: “Podemos imaginar (...) que la regla de silencio sobre la sexualidad