Agustin Laje y Nicolas Marquez - El Libro Negro de La Nueva Izquierda Agustin Laje y Nicolas Marquez - El Libro Negro de | Page 126
propia identidad, escribió su obra Locura y sinrazón. Historia de la locura en la época
clásica, publicada en 1961: “Después de haber estudiado filosofía, quería ver lo que
era la locura: había estado lo suficientemente loco como para estudiar la razón, y era lo
suficientemente razonable como para estudiar la locura”[384], reconoció. No exageraba
Foucault cuando confesaba haber estado loco. En su juventud intentó matarse varias
veces[385], padeció depresión aguda y por ese motivo fue llevado por su padre al
hospital psiquiátrico de Santa Anna, lapso en el que él se familiarizó y fascinó con
la psicología.
En su mencionado libro sobre la locura, Foucault sostenía que ésta no era una
enfermedad sino una clasificación injusta y arbitraria de la modernidad capitalista: “En
la Edad Media el loco se movía con libertad e incluso, se lo veía con respeto, pero en
nuestra época se lo confina en asilos y se lo trata como a enfermo, un triunfo de
‘equivocada filantropía’”[386], anotó: exactamente el mismo argumento usaron luego
los sodomitas foucaultianos a la hora de negar que la homosexualidad sea una
enfermedad.
Lo cierto es que Foucault se caracterizaba por reivindicar con insistencia a los
locos, a los perversos y a los criminales, a quienes él consideraba “víctimas del
sistema” y más concretamente, alegaba que estos elementos formaban parte de una
arbitraria categorización estigmatizante del mundo moderno: ¿Ignoraba Foucault que en
la Edad Media estos parias habían recibido un trato muchísimo más hostil que el que él
denunciaba?
Justamente, para Foucault el delincuente era una víctima que el orden capitalista
había inventado y clasificado en el marco de un planificado mecanismo de control. Pero
si su tesis fuese cierta: ¿Entonces por qué en la Rusia soviética -en donde el
capitalismo no existía- no sólo también había delincuentes sino que éstos eran
hacinados y torturados en los Gulag junto con mujeres, ancianos y niños? Ante este
planteo, Foucault se hacía el distraído y minimizaba la crueldad del sistema penal
comunista, el cual era por lejos muchísimo más brutal y arbitrario que cualquier
defectuoso sistema carcelario de la órbita capitalista-occidental.
En efecto, el irracional odio hacia al sistema de vida en el que él vivió (y
disfrutó) llevó a Foucault a no advertir que “los excluidos” (de los que parodiaba
preocuparse) eran muchísimo mejor tratados en la civilización que él denostaba no sólo
respecto de la precitada Rusia stalinista, sino también en relación con los campos de
castigo de la China comunista y ni que hablar respecto de la barbarie obrante en las
teocracias pre-modernas de Medio Oriente, las cuales Foucault no sólo no condenó
sino que apoyó con cruel deslumbramiento. Tal el caso del régimen iraní del Ayatolá