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por delitos ajenos a la materia de estudio, sino por crímenes sexuales. O sea, de toda
esta selectiva fauna se nutrió Kinsey para avalar su número cabalístico y así, concluir
con que el 10% de la población mundial era homosexual. Esta farsa contaba con el
agravante no menor de que, como fuera señalado, la mayor parte de la población
estudiada era comunidad carcelaria —y encima condenada por delitos sexuales—, la
cual tiene mayor propensión a mantener circunstancialmente alguna relación
homosexual —muchas veces de manera forzosa— aunque condicionada por la situación
de encierro: “La homosexualidad de los reos en las cárceles no es genuina, sino sólo
facultativa u ocasional, puesto que en cuanto pueden buscan a una mujer y dejan de
presentar los síntomas señalados”[357] confirmó tras sus investigaciones el eminente
neurólogo-psiquiatra chileno Armando Roa. Dicho de otro modo: el informe Kinsey
tiene un rigor estadístico similar a tomarse un avión hasta París, pararse en una esquina
de un barrio promedio, encuestar a 5000 transeúntes y entonces llegar a la conclusión
de que la mayoría absoluta de la población mundial habla en francés.
Posteriormente, un sinfín de estudios científicos elaborados por eminencias
académicas y no por pervertidos como Kinsey que alteraban variables para
autojustificar sus miserias personales, confirmaron categóricamente que la
arbitrariedad numérica del “10%” no tenía el menor asidero y que el quantum de la
población homosexual oscilaría en verdad entre el 1% y el 2,1% del total de la
población mundial[358], siendo que además estas cifras fluctuantes son coincidentes
con las que resultan de promediar los 32 últimos informes científicos internacionales
más reconocidos y cuyos datos transcriptos y compilados de todos y cada uno de ellos
no hemos transcripto por cuestiones de economía, pero que el lector puede consultar
uno por uno en el enlace enseñado a pie de página[359].
Una vez que arribamos a la confirmación científica de que la población
homosexual es cuantitativamente muy inferior a la que estos activistas agigantaban
artificialmente en el afán de “naturalizar” sus hábitos, queda más que claro que este
sector es mucho más ruidoso que numeroso, y que sus proclamas y reclamos no forman
parte de una “necesidad de la sociedad” sino de discutibles pretensiones de un sector
marginal que se ha convertido en poderoso, al estar apañado por centros financieros del
progresismo internacional[360], la intelectualidad de izquierda, el centrismo
“bienpensante” y parte de una opinión pública desatenta o desinformada.
Pero lo cierto es que al multiplicarse ficcionariamente las cifras de
homosexuales (el artificioso “10%”), el entonces dirigente Harry Hay advirtió que se le
presentaba un notable mercado cautivo para su activismo político y así lo analizó el
periodista español especializado en el asunto Rafael Palacios en La conspiración del
movimiento gay, su documentado libro: “Cuando leyó que Kinsey afirmaba el mítico