Agustin Laje y Nicolas Marquez - El Libro Negro de La Nueva Izquierda Agustin Laje y Nicolas Marquez - El Libro Negro de | Page 118

por delitos ajenos a la materia de estudio, sino por crímenes sexuales. O sea, de toda esta selectiva fauna se nutrió Kinsey para avalar su número cabalístico y así, concluir con que el 10% de la población mundial era homosexual. Esta farsa contaba con el agravante no menor de que, como fuera señalado, la mayor parte de la población estudiada era comunidad carcelaria —y encima condenada por delitos sexuales—, la cual tiene mayor propensión a mantener circunstancialmente alguna relación homosexual —muchas veces de manera forzosa— aunque condicionada por la situación de encierro: “La homosexualidad de los reos en las cárceles no es genuina, sino sólo facultativa u ocasional, puesto que en cuanto pueden buscan a una mujer y dejan de presentar los síntomas señalados”[357] confirmó tras sus investigaciones el eminente neurólogo-psiquiatra chileno Armando Roa. Dicho de otro modo: el informe Kinsey tiene un rigor estadístico similar a tomarse un avión hasta París, pararse en una esquina de un barrio promedio, encuestar a 5000 transeúntes y entonces llegar a la conclusión de que la mayoría absoluta de la población mundial habla en francés. Posteriormente, un sinfín de estudios científicos elaborados por eminencias académicas y no por pervertidos como Kinsey que alteraban variables para autojustificar sus miserias personales, confirmaron categóricamente que la arbitrariedad numérica del “10%” no tenía el menor asidero y que el quantum de la población homosexual oscilaría en verdad entre el 1% y el 2,1% del total de la población mundial[358], siendo que además estas cifras fluctuantes son coincidentes con las que resultan de promediar los 32 últimos informes científicos internacionales más reconocidos y cuyos datos transcriptos y compilados de todos y cada uno de ellos no hemos transcripto por cuestiones de economía, pero que el lector puede consultar uno por uno en el enlace enseñado a pie de página[359]. Una vez que arribamos a la confirmación científica de que la población homosexual es cuantitativamente muy inferior a la que estos activistas agigantaban artificialmente en el afán de “naturalizar” sus hábitos, queda más que claro que este sector es mucho más ruidoso que numeroso, y que sus proclamas y reclamos no forman parte de una “necesidad de la sociedad” sino de discutibles pretensiones de un sector marginal que se ha convertido en poderoso, al estar apañado por centros financieros del progresismo internacional[360], la intelectualidad de izquierda, el centrismo “bienpensante” y parte de una opinión pública desatenta o desinformada. Pero lo cierto es que al multiplicarse ficcionariamente las cifras de homosexuales (el artificioso “10%”), el entonces dirigente Harry Hay advirtió que se le presentaba un notable mercado cautivo para su activismo político y así lo analizó el periodista español especializado en el asunto Rafael Palacios en La conspiración del movimiento gay, su documentado libro: “Cuando leyó que Kinsey afirmaba el mítico