Agustin Laje y Nicolas Marquez - El Libro Negro de La Nueva Izquierda Agustin Laje y Nicolas Marquez - El Libro Negro de | Page 113
respaldó el enfoque apoyándose en el sentido común: “la relación de un hombre con
una mujer es la relación más natural de un ser humano con un ser humano”[338] .
Y si bien tras la revolución comunista rusa de 1917 la homosexualidad fue a
regañadientes tolerada en los primeros tiempos, el propio Lenin desconfiaba mucho de
la misma:
Me parece que la superabundancia de teorías sexuales (...) surge del
deseo de justificar la propia vida sexual anormal o excesiva ante la
moralidad burguesa y de suplicar por tolerancia hacia uno mismo. Este
velado respeto por la moralidad burguesa me es tan repugnante como
arraiga en todo aquello que tiene que ver con el sexo. No importa lo
rebelde y revolucionario que pueda parecer, al final del análisis es
completamente burgués. Es, principalmente, un hobby de los
intelectuales y de las secciones más próximas a ellos. No hay sitio
para ello en el partido, en el proletariado consciente de las clases y
luchador[339].
(Lenin, 1933)
Pero a medida que Stalin eclipsaba el poder de Lenin hasta adueñarse por
completo de la revolución[340], la sodomía pasó a ser no sólo despreciada por la
doctrina sino combatida por la praxis: “En la sociedad soviética, con sus costumbres
sanas, la homosexualidad es vista como una perversión sexual y es considerada
vergonzosa y criminal. La legislación penal soviética considera la homosexualidad
castigable, con excepción de aquellos casos en los que sea manifestación de un
profundo desorden psíquico” sentenciaba la Gran Enciclopedia Soviética[341], en
consonancia con el Código Penal Soviético, el cual penó la homosexualidad en su
artículo 121 con al menos cinco años de confinamiento en los Gulags: entre 1934 y
1980 fueron condenados cerca de cincuenta mil homosexuales.
Una de las biografías modernas más completas que se hayan publicado sobre
Stalin nos la ofrece el historiador italiano Álvaro Lozano, en cuya obra Stalin, el tirano
rojo brinda no pocos detalles acerca del hombre “virtuoso y viril” que el Estado
socialista se proponía construir a la fuerza: “Los campesinos, considerados ignorantes
y sucios, fueron objeto de campañas para convertirlos en ‘cultos’. Se les enseñó a
lavarse y a vestir elegantemente a la manera soviética, e incluso se realizó una campaña
para que los hombres se afeitasen la barba.
Una instrucción del Komsomol señalaba: ‘lavarse los dientes es un acto
revolucionario’. Fumar era considerado perjudicial para el ‘cuerpo soviético’. Un