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el Quijote; restándole importancia al planteamiento central del Fausto, tan cara a la tradición occidental desde Edipo: la rebeldía del hombre frente a su destino. La voluntad (el libre albedrío) no es otra cosa que un juego metafísico en el que el ser humano sólo es un peón, sujeto a reglas arbitrarias o a la fortuna.Voluntad y azar se combinan así por partida doble: en primera instancia, Dios y el Diablo apuestan el alma del hombre, confiando ambos a pie juntillas en el alma de Fausto. Pero recordemos que Un coup de dés jamais n’abolira le hasard, como escribió Mallarmé en 1897: toda decisión fáustica que incline la balanza en uno u otro sentido no cuestionará, de ningún modo, el orden divino, aunque así lo pretenda. Se trata de un orden no sólo validado por la fe, sino también por la razón, ahora moderna. En segundo término, la apuesta que se plantea entre Mefistófeles y Fausto tiene que ver con el sentido primero de la locución latina Brevis aetas, vita fugax, y con la belleza en tanto efímera manifestación de nuestro paso por el mundo. Fausto se condena sin remedio ante los designios celestiales a partir del pacto que ha firmado con sangre, pero tras bambalinas Dios se burla del Diablo mientras oculta un as bajo la manga, la real posibilidad de la salvación, en el último instante, del alma del hombre a partir de un acto de genuina contrición. Por ende, Mefistófeles cumple los diversos deseos satisfaciendo a Fausto, lo que justifican los beneficios del pacto; pero recordemos que su labor no es sólo utilitaria, y que como instrumento de Dios su papel es mucho más complejo y por tanto más difícil de circunscribir para su análisis. El eje toral de los deseos que formula Fausto es la Mefistófeles, Harry Clarke( (1925) 37